Mujeres y niños serán los más castigados por la pandemia, advierten líderes mundiales

  • por - martes 23 junio 2020

SANTO DOMINGO.- Si bien es cierto que el COVID-19 ha afectado seriamente a decenas de sectores de la sociedad a nivel mundial, para cuatro líderes globales, la pandemia podría conllevar importantes riesgos y amenazas a dos grupos específicos de la población: mujeres y niños.  

Kersti Kaljulaid, presidenta de la República de Estonia; Helen Clark, presidenta del Consejo de la ASMRN y exprimera ministra de Nueva Zelandia; Jorge Alcocer Varela, secretario de Salud de México y Graça Machel, expresidenta del Consejo de la ASMRN y fundadora de Graça Machel Trust, expresaron su preocupación por dicho grupo.  


A través de la declaración “si no actuamos, las mujeres y los niños pagarán las consecuencias”, publicada por la Fundación Thomson Reuters, los líderes globales plantearon una oportunidad, señalando que “podemos elegir construir un futuro mejor”, destacando el valor de la cooperación mundial en tiempos de paz como una herramienta clave. 

“La COVID-19 aumenta la injusticia y la desigualdad dondequiera que golpea. Los progresos logrados con tan arduos esfuerzos para las mujeres, los recién nacidos y los jóvenes se ven amenazados en todos los países y comunidades afectados por el virus”, indicaron en el referido documento.  

La citada declaración apoya el “acelerador del acceso a las herramientas contra COVID-19”, un compromiso asumido por los dirigentes mundiales para colaborar, desarrollar y fabricar vacunas, pruebas y tratamientos, y ponerlos a disposición de todos, a un precio asequible. 

Los casos globales de la COVID-19 se aproximan a los nueve millones, según las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en las últimas veinticuatro horas añadió 152.325 positivos a sus datos sobre la evolución de la pandemia.

En concreto, hasta el momento los casos confirmados alcanzan los 8,99 millones. 

A continuación la declaración íntegra: 

La COVID-19 aumenta la injusticia y la desigualdad dondequiera que golpea. Los progresos logrados con tan arduos esfuerzos para las mujeres, los recién nacidos y los jóvenes se ven amenazados en todos los países y comunidades afectados por el virus. 

No es el efecto directo de la propia enfermedad, sino nuestra reacción a la misma: los recursos destinados a la atención de salud disminuyen, las personas temen utilizar los servicios de salud, y la pobreza y el hambre van en aumento. 

En las dos últimas décadas, mantener con vida a madres y niños ha sido una de las principales historias de éxito en el ámbito de la salud pública. Las tasas de mortalidad infantil se han reducido prácticamente a la mitad y las tasas de mortalidad materna han disminuido en más de un tercio. Estos logros se están menoscabando a medida que se extienden las desigualdades, como fracturas según la edad y el sexo, fragmentadas de nuevo según geografía, ingresos, discapacidad y origen étnico. 

En esos brotes, las mujeres – junto con los niños, los adolescentes y las personas más vulnerables – a menudo no han recibido la parte que les correspondía de recursos y servicios. Además, se les ha excluido de la toma de decisiones. A nivel mundial, aunque el 70 por ciento de los profesionales sanitarios son mujeres, a menudo no se han satisfecho sus necesidades básicas ni se han escuchado sus voces. 

COVID-19 podría tener un efecto catastrófico en la salud sexual y reproductiva en los países más pobres. Una reducción de los servicios de tan solo el 10 por ciento podría cobrarse la vida de 168 mil bebés y 28 mil madres y conducir a la práctica de 3 millones de abortos peligrosos. 

Los niños también padecen graves consecuencias. Muchos sufrirán efectos durante toda su vida al no haber sido inmunizados contra enfermedades graves, ya que los padres evitan acudir a los centros de salud por temor a contagiarse o infringir el toque de queda. 

Los autores de este artículo procedemos de cuatro continentes, pero hablamos con una sola voz en lo referente a lo que nosotros debemos hacer de forma diferente esta vez. 

En primer lugar, necesitamos políticas y presupuestos nacionales que protejan los derechos humanos y promuevan la inclusión, la equidad y la justicia. Ello debe incluir estrategias para la prevención de la violencia de género, el maltrato de los niños y del personal sanitario. 

En segundo lugar, debemos centrarnos en fortalecer los sistemas de salud, en particular la inmunización y la atención primaria básica, a fin de garantizar la cobertura sanitaria universal. Tenemos que extender la infraestructura sanitaria a las zonas rurales y ampliar gradualmente la cobertura sanitaria universal. Las mujeres y las familias necesitan apoyo para continuar utilizando los servicios de salud esenciales, incluidos los servicios de salud sexual y reproductiva. 

En tercer lugar, debemos destinar nuestro dinero a soluciones que se centren en alianzas de colaboración. Para poner fin a esta pandemia sin aumentar la desigualdad, necesitamos que muchos colaboren: la sociedad civil, las empresas, los profesionales sanitarios, los donantes y los ciudadanos comprometidos. Queremos alianzas de colaboración entre varios interesados que permitan a las mujeres, niños y adolescentes participar en la toma de decisiones que afectan profundamente su salud y bienestar. 

Por ello, apoyamos de todo corazón el “Acelerador del acceso a las herramientas contra COVID-19”, un compromiso sin precedentes asumido por los dirigentes mundiales para colaborar, desarrollar y fabricar vacunas, pruebas y tratamientos, y ponerlos a disposición de todos, a un precio asequible. La OMS puso el proyecto en marcha a raíz de una carta abierta dirigida a los gobiernos del G20, firmada por 214 dirigentes mundiales, economistas y expertos en salud. 

Como indica la carta abierta, mientras COVID-19 persista en algún país, el virus reaparecerá y prolongará esta crisis económica y sanitaria. Por lo tanto, aunque la pandemia aumenta la desigualdad, también nos aboca a la solidaridad y nos brinda la oportunidad de reestructurar nuestros sistemas de salud y de no dejar a nadie atrás. 

Ya vemos a personas y países que colaboran en tiempos de paz de una forma que, hasta ahora, solo se había conseguido en tiempos de guerra. Nuestra respuesta en estos momentos podría sentar precedente para hacer frente a otros problemas que hace mucho tiempo que debemos resolver, como la pobreza, la desigualdad de género y el cambio climático. Demostremos que podemos trabajar juntos para superar la justicia y la desigualdad, por el bien común. 

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