Si miras en tu interior te darás cuenta de que está lleno de esas expectativas impuestas por los demás. Aprende a valorar lo realmente importante y a vivir tu vida según tus prioridades.
Y quien tiene claras las propias prioridades decide mejor. Sin embargo, para lograrlo es necesario iniciar un delicado viaje interior con el que favorecer un adecuado autoconocimiento.
Esto que, en apariencia, puede parecer algo simplista encierra en realidad diversos procesos que no todos saben poner en marcha o propiciar.
Definir a los demás, criticarlos, explicar cómo son, qué hacen, qué defectos tienen o qué les falta a aquellos que nos rodean es sencillo.
Sin embargo, cuando dirigimos la mirada hacia nosotros mismos no hablamos con tanta ligereza o facilidad.
Explicar cómo somos, cuáles son nuestros sesgos cognitivos, cuáles nuestros modos de gestionar las emociones, de afrontar los problemas o de hacer frente a nuestras limitaciones no es algo que se aprenda de la noche a la mañana.
Requiere tiempo y, ante todo, la voluntad de alguien que es capaz de mirarse con humildad para ver lo bueno y también lo malo.
Hacer ese viaje al propio interior nos puede permitir capitanear mejor nuestras vidas, tener el control y ser conscientes de nuestras debilidades para transformarlas en fortalezas.
Te proponemos reflexionar sobre ello con nosotros.
¿Qué es eso a lo que llamamos “interior”?
Empezaremos respondiendo a esa pregunta que en más de alguna ocasión nos habremos formulado.
¿Qué es realmente eso a lo que llamamos “interior”? ¿Qué se extiende tras ese muro, esa puerta o alambrada que precede a nuestro auténtico ser?
La respuesta es poco poética, pero aún así, fascinante: nuestro cerebro.
Nuestra identidad, el tejido sutil de nuestra autoestima, el corpus de nuestro autoconcepto e incluso nuestra mayor o menor tendencia a un estado emocional en concreto se orquesta mediante un comandante excepcional al que vamos conociendo cada vez más.
Todo el tejido de nuestra personalidad se lleva a cabo en el cerebro.
Es él quien archiva nuestras experiencias y recuerdos, él quien activa los miedos, quien nos emborracha con dopaminas, serotonina y oxitocina cuando nos enamoramos y él quien, al fin y al cabo, frena muchas veces nuestra capacidad para ser felices.
A tu cerebro no le importa que no seas feliz, ¡solo quiere que sobrevivas!
Este dato puede parecer algo desolador, pero conocerlo nos puede ofrecer una herramienta de poder. Una primera raíz por donde empezar a crecer.
Estanislao Bachrach, doctor en Biología Molecular y antiguo investigador en la Universidad de Harvard, nos indica algo muy interesante.
A tu cerebro no le importa que seas feliz o no, lo único que quiere es que sobrevivas. De hecho, está programado para resistirse al cambio.
Él preferirá las rutinas, los automatismos y esos cómodos espacios que se contienen en nuestra zona de confort.
Lo que se extiende más allá de esa frontera, de esa línea del miedo es poco más que una amenaza.
De ahí que nos susurre casi de forma constante aquello de “no lo hagas, más vale malo conocido que bueno por conocer”, “quédate, no arriesgues, no sea que te salga todo mal y lo perdamos todo”.
Este enfoque resultó ser muy válido en el pasado. El no arriesgar, el no alejarnos demasiado de nuestro grupo social nos permitió, sin duda, protegernos de los depredadores y de otros riesgos asociados a nuestros hábitats.
Sin embargo, a día de hoy y por curioso que parezca, el único enemigo al que debemos hacerle frente es a nosotros mismos.
El auténtico depredador que recorre de forma implacable nuestros territorios personales es la propia mente.
Es ella quien nos separa de nuestro interior, ella quien nos hace olvidar nuestras prioridades y nos ancla a nuestras zonas de confort.
Es necesario hace cambios. Cruzar la frontera del miedo y hacer un viaje a nuestro interior.
El ejercicio del explorador cansado
Podríamos analizar aquí, una por una, todas esas razones por las que nos aferramos a esa zona de confort.
Sin embargo, te proponemos llevar a cabo este ejercicio que, de algún modo, te permitirá reflexionar en varios aspectos.
Eres un explorador y llevas mucho tiempo intentando cruzar un río. Llevas buen calzado para caminar, ropa cómoda, prismáticos y una brújula rota.
Por alguna razón que no acabas de entender ese artilugio hace tiempo que dejó de marcar el norte y te es muy difícil poder seguir tu camino.
Tu segundo problema es muy concreto: a tu espalda cargas una mochila tan pesada que, cada paso que das, te deja casi agotado.
A veces, te ves con ánimos y saltas de roca en roca en un intento vano por cruzar el río, pero te es imposible: te resbalas, caes y al poco desesperas.
El agotamiento es extremo y, en ocasiones, hasta llegas a plantearte que tu vida va ser siempre así: una eterna búsqueda de algo inalcanzable, la antesala eterna de una espera donde nada nuevo acontece.
Fuente: mejorconsalud