Claves para liberarte de esa amargura que te domina

¿Una gran pena, enojo, desgano? La amargura es todo eso, y también una señal de alerta para que sepamos que algo no anda bien. La clave: animarnos a mirar de cerca nuestro dolor.

MIRYAM BLOCH
Foto: TONY GANEM

Para los antiguos griegos el color amarillo se relacionaba con el dolor y la tristeza por el tono que toma la piel con determinadas enfermedades. Amarus, la palabra latina de la cual proviene el nombre del color significa fastidio y también es madre de otra palabra, "amargura".

Identificar el origen de la palabra es sencillo; sin embargo, entender de dónde viene esta emoción que a veces nos abraza y no nos suelta, es una cuestión mucho más compleja.  

Dicen los especialistas que la amargura es un sentimiento de profunda pena, dolor y desagrado ante alguna situación o evento de la vida. Una suerte de mecanismo a través del cual nos protegemos de los peligros de la realidad adoptando una actitud de desgano y pérdida de deseo frente a lo que nos pasa. Fácilmente podríamos preguntarnos: ¿Pero al tratarse de un recurso de nuestra psiquis para cuidarnos, no es algo necesariamente bueno?

El problema es que, con sigilo, ese "bajón" nos va destruyendo por dentro. La amargura contamina nuestra voluntad y nos lleva a que perdamos las ganas de nuevas experiencias, encerrándonos en nuestra zona de comodidad, sin tener en cuenta las consecuencias físicas que esto puede provocarnos.

“El dolor es una señal que nos puede servir de guía para encontrar la causa de lo que nos pasa. A veces es el único signo de que algo no anda bien. Si somos intolerantes a ese dolor y lo primero que se nos ocurre es silenciarlo a través de la amargura, tal vez perdamos la gran oportunidad de detectar el problema en sus primeros estadíos, cuando todavía es solucionable”, asegura la médica psiquiatra María Teresa Calabrese, integrante del Foro de Neurociencias y Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina y la Fundación Favaloro.

Calabrese explica que un signo característico de nuestra época es medicar los sentimientos. Lamentablemente algunos profesionales prescriben estabilizadores de ánimo a un paciente que dice sentir amargura sin siquiera investigar las causas de esa tristeza", señala la experta. “Tanto el paciente como algunos psiquiatras creen que el medicamento resuelve el problema, pero lo agrava.  Si no se descubren las causas del dolor, este vuelve y cuanto más tiempo pase desde el suceso causal, es más difícil descubrir su origen y por ende solucionarlo”, agrega Calabrese.

El primer paso para salir del estado de amargura es conectarse con la causa del dolor, desocultarla, para poder analizarla y que luego se disuelva y sane.

Una persona amargada que quiere cambiar su situación debe intentar darle un sabor diferente a la vida. No tiene que ser algo asombroso, puede cambiar la dirección por la que habitualmente camina. Para abandonar esa sensación, que es consecuencia de la pérdida de deseo, alguien que sufre de amargura no debería ceñirse a una rutina estricta.

“Para no sentir amargura, la idea es salir a buscar experiencias que liberen dopamina. Las principales actividades que lo provocan tienen que ver con el ejercicio físico. El aeróbico es, sin duda, uno de los mejores”, explica Read Monteague, profesor de Neurociencia y autor de Tu cerebro es (casi) perfecto: cómo tomamos decisiones, y agrega que la dopamina es uno de los principales neurotransmisores del cerebro, responsables de que sintamos alegría y felicidad.

La actividad física, sin embargo, no lo es todo. Ayuda, pero de a poco tenemos que ir por más: también es necesario y saludable que dejemos ir el dolor y el resentimiento. Richard Davidson, profesor de Psicología de la Universidad de Wisconsin, asegura que el perdón es una decisión consciente para dejar de lado la amargura, abandonar el rol de herido u ofendido y seguir adelante con la vida.

¿TENÉS 5 MINUTOS?

1. Hablá. Contar lo que te pasa puede hacerte desahogar la amargura por un rato.
2. Mirá a tu alrededor. Mirar el noticiero, leer el diario, ir a trabajar y hablar con la gente te ayudará a entender que los demás también sufren y es parte de la vida.
3. Confrontá. Si la situación lo permite, puede ser muy bueno confrontar a la persona que te hizo mal.   
4. Reflexioná. Es importante que te des cuenta del daño físico y mental que la amargura te genera.

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