En general, todos estamos buscando cosas imaginando que nos van a dar muchas satisfacciones y un bienestar que se nos presenta duradero.
Así, deseamos en nuestra vida cotidiana posesiones y estados de confort con el afán de satisfacernos y lograr una situación más agradable que la que actualmente tenemos.
Podríamos enumerar algunas situaciones que a todos nos han tocado vivir:
Quien busca ir de vacaciones al mar, a la montaña, a Europa o al Caribe, seguramente lo hace imaginando que la va a pasar muy bien.
Quien compra un artefacto para el hogar, lo hace imaginando el bienestar que el mismo le va a reportar a su calidad de vida.
Quien compra un auto, o cambia el que tiene por uno de alta gama o renueva el modelo anterior, es muy seguro que estará imaginando un bienestar excepcional cuando lo concrete.
Quien va a comprar un inmueble imagina que va a lograr un cambio favorable en su vida.
Quien alquila una propiedad mejor que la anterior, imaginará lo mismo.
Quien cambia de trabajo o logra uno nuevo, imagina que con ello sus problemas empezarán a solucionarse y a vivir mucho mejor.
Podríamos enumerar muchas cosas más y veremos que funcionan con la misma lógica: buscar algo que nos va a dar una gran satisfacción, o un placer que nos sacará de la rutina o un bienestar que lograremos al alcanzar aquello que deseamos.
Pero esas cosas que muchas veces se buscan con tanto entusiasmo y ardor, una vez logradas no siempre generan el encanto y confort esperados. Es así como empiezan a decaer con el tiempo ese bienestar y felicidad que se habían imaginado antes de poseerlos.
La experiencia muestra que la satisfacción y el bienestar decaen en algunos individuos en el mismo instante de poseer lo que buscaban. O, en otras personas, la satisfacción y el bienestar decaen también cuando ha pasado cierto tiempo de haberlos adquirido.
Esta expectativa frustrada sobre lo deseado y anhelado, se transforma en decepción.
Toda decepción es un estado anímico de insatisfacción que surge de una comparación entre las cualidades imaginadas del objeto deseado y lo que efectivamente ofrece ese objeto.
Salvo excepciones provenientes de un suceso externo, las cualidades del objeto no cambian: la montaña y el mar siguen manteniendo sus encantos; los artefactos domésticos funcionan bien, el auto y la casa mantienen sus cualidades.
Si lo decepcionante en tales casos no provino del objeto en sí, entonces la decepción fue generada por el propio individuo, al comparar el estado ideal de bienestar y satisfacción que construyó ilusoriamente y las cualidades reales que ofrece el objeto.
Pero no sólo nos decepcionamos ante las cosas o situaciones que deseamos, sino también con las personas que queremos. Y tal como sucede con las cosas, encontramos que muchos, frente a las personas que quieren y aprecian, pasado cierto tiempo pueden caer en una decepción inesperada.
Esto ocurre por el mismo descontrol de la imaginación frente a las condiciones relacionadas con los vínculos que se desean lograr y que podríamos enumerar:
Quien busca su pareja y dice encontrarla, imaginará una convivencia ideal y perfecta, sin desencuentros ni hostilidades.
Quien anhela tener un hijo, ya durante el embarazo imagina situaciones de carácter idílico y celestial.
Quien tiene el propósito de tener una familia, imagina la misma como un espacio de gran serenidad y un estado de bienestar indescriptible vivido de manera permanente en la calidez hogareña.
Quien busca el encuentro con amigos o familiares, imagina que pasará momentos muy agradables reviviendo situaciones felices.
Tales anhelos son imaginados idealizando la satisfacción y felicidad que se esperan lograr y disfrutar junto a las personas que queremos.
Ocurre, entonces que, una vez logrado el objetivo, no siempre surge el encanto que se había imaginado, pues empieza a decaer y a opacarse ese estado de felicidad que se esperaba conquistar.
Aquí también la decepción surge de la comparación entre las condiciones óptimas imaginadas con lo que efectivamente se experimenta en la convivencia y el contacto con las personas que queremos.
Lo decepcionante no proviene siempre del otro, sino que el sujeto lo genera comparando el estado ideal de bienestar y satisfacción que construyó ilusoriamente con las reales condiciones de vida que se están viviendo.
Si bien la imagen sobre lo que buscamos es una construcción necesaria, el problema podría surgir en quienes no controlan su mente y exageran las imágenes creando un estado ideal y de satisfacción que los hace caer en una ilusión que no se concretará.
Y es por esto que debemos disciplinar nuestra mente para que no imaginemos en exceso mediante imágenes idealizadas que buscan siempre tener algo mejor a costa de desplazar la experiencia de lo real.