FICCIÓN DE LA VEJEZ IMAGINARIA
En la cultura de la eficiencia y del pragmatismo utilitarista, la vejez es declinación, abandono, ineficiencia y, en casos extremos, inutilidad por ausencia de rentabilidad.
A la inversa, la juventud implicaría el éxito y el motor de la prosperidad material. Sin embargo, en la realidad cotidiana se observa que quienes deberían poseer la frescura creativa de las iniciativas padecen depresiones y un desgano crónico para vivir de manera intensa y experimentar triunfos.
Porque no se trata de vivir, sino de vivir intensa y plenamente en una amalgama creativa de conocimiento y experiencia. Salvo aquellos jóvenes que han decidido hacer de sus vidas un espacio de aprendizaje permanente, muchos viven una vida sometida por la lógica de una productividad alienante que los coloca en un estado de temor, inseguridad y falta de confianza en sí mismos.
Muchos de ellos llegan a padecer el síndrome del esclavo satisfecho y bien vestido, en un pacto que apresura el encadenamiento de la propia autonomía.
Esto nos lleva a plantear la ficción de la vejez imaginaria, en el sentido de que no todo aquel que es joven es realmente joven. Porque lo que define el estado de vejez o de juventud es la emocionalidad del sujeto ante el futuro y la manera de pensar y sentir la vida.
Un joven cuyas emociones se cierran al futuro, clausura su evolución y se avejenta por adormecimiento de la esperanza. A la inversa, un anciano que puede encontrar en sí mismo la capacidad que otros no ejercitan o ignoran, se rejuvenece a través del entusiasmo y la dinámica creativa de su vida.
En tal sentido, podríamos decir metafóricamente que si un septuagenario desea tener las cosas que tiene un joven y siente que, salvadas algunas distancias irreversibles, puede pensar de manera fecunda y ejercer la capacidad de hacer lo que hace un hombre de 45 años, en realidad ese viejo tiene esta última edad.
Lo que define la edad de una persona es el modo y la actitud mental para encarar la vida. Si ese viejo tiene una actitud jovial y ejercita el arte de renovarse cada día, ese querer creativo es el motor que dinamiza su vida y potencia nuevas decisiones.
Pero esto requiere sensatez y ubicación como condiciones insoslayables ya que, por razones obvias, existen impedimentos relativos que harían ridícula la comparación del viejo con el joven.
De allí que es importante comprender que así como la agilidad física del joven aliviana los movimientos de su cuerpo, la experiencia del viejo agiliza los movimientos de su mente y le confiere a su vida el ansiado y anhelado premio de la alegría y la serenidad.
Siguiendo la metáfora, podríamos plantear, desde los puntos de vista cognitivo, actitudinal, emocional y volitivo, que es posible superar la ficción de una vejez imaginaria.
Pues es lo que se quiere y cómo se quiere lo que define la energía de la vida, al modo de un dinamizador que la potencia y la eleva evolutivamente. Esto requiere sensatez y sentido común, a fin de no ser tan necio en querer aquello que ya no se puede lograr por lógica declinación de las fuerzas físicas.
Justamente, la juventud de ese viejo estriba en su lucidez mental, en sus ganas de progresar, en su buena disposición para ayudarse a sí mismo y a los demás y en la creatividad para vivir y aceptar sus propias limitaciones sin caer en el ridículo ni en la dependencia.
Esto significa que la capacidad para continuar viviendo anhelando nuevos aprendizajes, rejuvenece y le da sentido a la vida. El aprendizaje agiliza la mente y le confiere al sujeto una movilidad para manejar su vida con más acierto y alegría.
No nos referimos al aprendizaje formal y enciclopédico, sino al adquirido por la vía de la experiencia. Por tal razón, se observa que cuando el joven descuida su aprendizaje marchita su energía y trunca el camino a seguir.
Un claro ejemplo acerca de la pérdida de esa vitalidad de la mente lo tenemos en los resultados de nuestra encuesta anterior, que permite observar que en un mínimo porcentaje (4,17%) la conducta y el comportamiento habitual de los individuos provienen de la íntima convicción.
Sin esta prerrogativa de la libertad humana, la vida del sujeto sufrirá los condicionamientos del temor y la presión de la apariencia. Son el temor y la búsqueda de apariencia las causas reales de un avejentamiento mental que pretende mostrar por fuera lo que no se es por dentro.