Tuve un romance con un hombre casado por 25 años

Conocí a Sam en 1981, cuando yo tenía 39 años y pasaba por un divorcio miserable. Mi esposo me había dejado junto con mi hija de 14 meses de nacida y ni siquiera quería pagar la manutención infantil básica.

Necesitaba a un buen abogado. Sam fue el elegido. Él me aseguró que podía hacerse cargo de todo, y lo hizo.

Empecé a sentir algo por él

Sabía que no estaba disponible: era un hombre casado con una esposa agradable e hijos pequeños. Pero yo estaba sola y me sentía atemorizada, nunca había tenido una pérdida así desde que mi mamá había muerto cuando yo tenía 10.

Lo persuadí a que fuera a mi departamento. ¿Débil? Claro.

Una vez que estaba en mi habitación, me acerqué y comencé a desabrochar su pantalón: “no, eso no. Cualquier cosa menos eso.

Empezamos a pasar la hora del lunch en mi departamento, cuando mi hija y su niñera estaban fuera. A veces él se tomaba la tarde libre e íbamos juntos a Coney Island.

Después de vernos por 2 años me dio un anillo de oro con una grabación que decía “siempre”.

Su esposa comenzó a sospechar que tenía un affair y lo confrontó. Después de eso él no se atrevió a confesarle la verdad pero ella nunca volvió a preguntarle.

¿Qué es ser la otra?

Mis amigos casados, Arthur y Lynne me criticaron por ser la otra. Pero era el mejor rol que sabía jugar.

Mi papá se volvió a casar cuando yo tenía 15 años, 5 después de la muerte de mi mamá. Su nueva esposa me cayó mal de inmediato, porque se quejaba de que mi padre me amaba más que a ella.

Mi papá pensó que lo mejor era que yo me fuera de la casa por un tiempo mientras ella se calmaba y cambiaba de opinión. Así que en mis años de preparatoria en Detroit, Michigan, mientras otros chicos iban a casa al salir de la escuela, yo iba a un hotel.

Algunas noches se quedaba conmigo en el hotel, y el resto del tiempo dormía con su esposa y mi hermano pequeño, pero nunca regresé con mi familia.

Mi affair con Sam era un chance de revivir mi infancia y tratar de que fuera diferente.

Cuando yo no estaba trabajando, Sam siempre me dijo que mi hija y yo estaríamos financiadas, que nunca nos dejaría.

En 1987 su hija se casó y tuvo un bebé. Las obligaciones con su familia crecieron más y el tiempo que pasaba conmigo se redujo poco a poco.

Para 1994, habíamos estado “juntos” por 13 años. Durante la semana, Sam hacía tiempo para verme todos los días. Nos veíamos después del trabajo, cenábamos y después me regresaba a mi departamento.

Mi hija ya era una adolescente y por eso me aseguraba que él viniera sólo en las noches cuando ella salía con sus amigos.

Verlo siempre me quitaba el aire. Nunca había sentido tanta pasión o química por alguien que no fuera él.

Al mismo tiempo sabía que nuestro tiempo “juntos” no era un tiempo real porque nunca tuve que lidiar con lavar su ropa o con sus ronquidos. Él nunca tuvo que lidiar con que mi gato Monty durmiera en su cabeza.

La forma en que un niño ama a sus padres

Mi terapista me dijo que debía confiar en mis sentimientos. Me dijo que no porque sintiera muchas cosas por él significaba que era lo mejor para mí. Pero yo lo amaba mucho, como un hijo ama a sus padres.

El cliché de que encontré en él un papá sustituto, era equivocado. Él me hizo sentir segura y cuidada a su manera, como hace mucho no sentí desde que mi mamá murió.

Una tarde en 2009, sentados en nuestro restaurante favorito, le pregunté qué pasaría si él se fuera a morir pronto.

Yo quería una prueba de que yo era importante para él. A cambio sólo me dijo: “Haré todo lo que pueda hacer por ti hasta que esté vivo. No quiero volver a hablar de esto nunca más.”.

Sentí como si hubiera sido golpeada, pero más que herida, me sentí estúpida:

¿Por qué no había cuidado más de mí en todos estos años?

¿Por qué después de que me quedé sin trabajo no busqué otro para no depender de él? Pero aun así, no lo dejé.

Finalmente pasó en otra salida a nuestro restaurante favorito. Después de escuchar sus restricciones y limitaciones de nuevo, algo en mí hizo sentido.

El hoyo en mi corazón no podría ser ocupado por nadie más que por mí. Comprendí que debía amarme a mí misma más de lo que amaba a nadie más, incluso a él. Finalmente lo entendí.

Salimos del hotel hacia Park Avenue, y sin decir una palabra, se volvió y se alejó.

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