Si estos comportamientos no impiden llevar una vida lo más normal posible, no suponen un problema, pero al ser la infancia su punto de origen, es en esa etapa cuando hay que afrontarlos.
EFE
La ansiedad es el denominador común de los temores y de los malos hábitos que desde pequeños adoptamos. En el caso de las manías, porque las utilizamos para calmarla y en el de los miedos, porque la disparan. ¿Para hacerles frente? Relajación y optimismo.
Rocío Ramos-Paúl, más conocida por Supernanny, nos ayuda a que el subconsciente de los más pequeños cambie de chip y que no sea víctima de estos comportamientos o hábitos años después.
“Las manías, cuando resultan perjudiciales, tienen que ser sustituidas por otras conductas que tengan el mismo efecto relajante pero sin consecuencias lesivas. Por otro lado, al hablar de miedos, hay que dotar al niño de capacidades para que aprenda a enfrentarse a ellos”, afirma la psicóloga.
Mamá, ¡tengo miedo!
El miedo es una reacción de alarma frente a lo desconocido y lo peligroso. Se trata de respuestas de ansiedad frente a estímulos concretos. A pesar de asociarse con la infancia, se experimenta a lo largo de toda la vida, aunque las situaciones que provocan temor van cambiando con la edad.
Por edades:
- En bebés a partir de los 6 meses puede aparecer el temor a las personas desconocidas. “Este miedo significa que el pequeño ya es capaz de diferenciar las caras de la gente”, dice la experta en su libro “Niños: Instrucciones de uso”.
- En el primer año son más frecuentes los relacionados con estímulos intensos o desconocidos, como es el miedo a los ruidos fuertes.
- Hasta los 6 años son comunes los temores a los animales, tormentas, oscuridad, seres fantásticos como fantasmas, catástrofes naturales y separación entre el niño y sus padres.
- A los 6 años aparece el miedo al daño físico, al ridículo y, posteriormente, a las enfermedades y accidentes, al fracaso escolar y a las disputas entre los padres.
- A partir de los 12 años predominan los que tienen que ver con las relaciones con los otros y la disminución de la autoestima.
¿Cómo reacciona un niño ante el peligro?
El miedo provoca una reacción de ansiedad que se manifiesta a tres niveles distintos:
Nivel cognitivo: El pensamiento sobre la situación o el estímulo es decisivo para sentir miedo. “Por ejemplo, si un individuo piensa que un perro es peligroso, es normal que reaccione con miedo; pero si el pensamiento sobre el temor es positivo, seguramente no reaccionará igual”, asegura Supernanny.
Nivel fisiológico: Un niño puede manifestar el miedo de formas diversas, como con temblores, sudoración, llanto, náuseas, urgencia para orinar, aceleración cardíaca, sequedad de boca o tensión muscular.
Nivel motor: Los pequeños gritan, evitan la situación, salen corriendo o se muestran irritados y agresivos.
¿Y los padres?
Muchas veces, para evitar que su hijo se exponga a un riesgo, los padres tienden a protegerlo entre sus brazos o a enfadarse con él. Con este método se consigue únicamente que los temores estén justificados y resultará difícil que se desprenda de ellos.
Según asevera la especialista, lo recomendable es mantener siempre un diálogo con el niño para que pueda expresar sus miedos y ayudarle a darse cuenta de que son infundados.
Qué manía, hijo!
Al contrario que sucede con los miedos, las manías son mecanismos que un niño desarrolla para acabar con una angustia provocada por cualquier temor o emoción. Son conductas que se repiten muy a menudo, les sirven a los niños para relajarse e incluso les producen placer. Sin embargo, sí desagradan a los padres e intentan suprimirlas por todos los medios.
“Si mostramos preocupación ante la manía del niño, es posible que esta se intensifique. Por tanto, evitar esta actitud es el primer paso para ponerles fin”, sostiene Rocío Ramos-Paúl en el manual.
Tipos de malos hábitos:
Muchos niños atraviesan etapas en las que es habitual que se den determinadas manías, aunque suelen desaparecer de manera espontánea. La actitud de los padres ha de ser activa y deben ayudar a su hijo a erradicarlas.
- Chuparse el dedo: Todos los bebés se ponen el dedo en la boca y lo chupan, ya que el reflejo de succión está presente en los recién nacidos.
Es alrededor de los 2 o 3 años cuando este hábito tiende a desaparecer al encontrar el pequeño un sustituto para vencer su malestar, como abrazar a un peluche, jugar o pintar.
- El chupete: El problema que tiene este utensilio es que el niño pueda llegar a depender de él para calmarse. “Para tranquilizarle, podemos probar también con otras cosas, como la música y los masajes”, aconseja.
A partir de los 3 años, su uso puede interferir en la independencia del niño, con lo que es recomendable ir retirándolo antes de llegar a esta edad.
- Hurgarse la nariz: Se trata de una de esas malas costumbres propia tanto de los niños como de muchos adultos, con la diferencia de que, antes de los 4 o 5 años, aún no saben que es una de esas cosas que no se hacen en público.
“No aprendemos a sonarnos la nariz hasta los 3 o 4 años, aproximadamente, así que enseñarle a limpiarse con agua o papel será decisivo para la desaparición de este hábito”, indica la psicóloga.
- Darse golpes con la cabeza o balancearse: Probablemente, entre los 6 y los 30 meses, los niños adquieran el mal hábito de golpearse la cabeza en la cuna o en la almohada. “No hay que alarmarse, lo importante es evitar que se dañen, ya que eso sí sería una manía perjudicial. Las razones que pueden llevarle a hacer esto pueden ser desde una rabieta hasta una forma de alivio”, advierte.
- Morderse las uñas: No suele aparecer hasta los 3 años y puede prolongarse indefinidamente. De hecho, es el hábito iniciado en la infancia que mayor continuidad tiene en la edad adulta y se estima que cerca del 50% de los escolares lo han practicado alguna vez en su vida.
Qué hacer frente a las manías:
Distraer la atención del niño con alguna actividad incompatible con el comportamiento.
No señalar la mala costumbre y mucho menos en público.
Acercarnos y hacer un mínimo gesto que le impida seguir con la manía.
Establecer con él una palabra clave que le recuerde que tiene que dejar de hacerlo.
Reforzar con una caricia o una sonrisa cualquier actitud que suponga un avance.