Ocho exámenes en menos de tres días. El sueño y el cansancio se acumulan al lado de los apuntes de Andrés, un joven de diecisiete años en el último curso de bachillerato. El estrés es la asignatura pendiente que suspendió en la primera evaluación.
El caso de Andrés no es muy diferente al otro lado del Atlántico. Un estudio realizado por la Asociación Americana de Psicología ha concluido que el nivel de estrés de los jóvenes estadounidenses es mayor que el de los adultos. En una escala sobre diez, los adolescentes alcanzaban una puntuación de 5,8, más alta que la de la población adulta (que se situaba en 5,1).
Los hábitos que mantenemos a diario determinan en buena manera cuál será nuestro estado de salud. El estrés durante la época adulta puede provocar una serie de síntomas conocidos por todos: aumento de la frecuencia cardíaca, temblores, mareos o respiración agitada.
La situación que experimenta Andrés no es nueva en los adolescentes. Cada vez son más los jóvenes que duermen menos, comen peor y practican una reducida actividad física diaria. Tres auténticas bombas de relojería para su salud. Lejos de solucionarlo, las actividades juveniles parecen fiarse más de las malas prácticas adultas. El problema principal es que estos hábitos se adoptan en una época realmente sensible.
Un alto nivel de estrés puede llegar a provocar daños importantes en el hipocampo, la región del cerebro encargada de la memoria y el aprendizaje. Y es que aunque sepamos que lo estamos haciendo mal, no ponemos ninguna medida para evitarlo. De hecho, como publica Time, el 42% de los jóvenes era perfectamente consciente de sus malos hábitos al gestionar el estrés. Informa Alt1040