Cuando era adolescente mi vista empezó a empeorar paulatinamente y comencé a usar gafas.
Al principio eran unas lentes finas, y después lo que parecía un doble cristal.
“¿Por qué me está pasando esto?”, le preguntaba a mi oftalmólogo mientras trataba de descifrar las líneas borrosas de la receta.
Y su respuesta era siempre la misma: debía culpar a los genes y a mi amor por la lectura.
Es probablemente lo que el oculista te dijo también a ti, si fuiste diagnosticado con miopía.
Sin embargo, investigaciones recientes sugieren que estas asunciones son erróneas. Muchos factores ambientales de la vida moderna pueden tener una influencia en el asunto. Y con unas pocas medidas preventivas, podría evitarse que muchos niños sufran de una condición que ha plagado a una generación.
La idea de que la mala vista es principalmente genética nunca me convenció.
Si estaba en sus genes, ¿no tendría que haber desaparecido con nuestros acestros que lo portaban, cuando intentaban cruzar la sabana a tientas?
La miopía es una especie de epidemia: entre un 30% y 40% de la población de Europa y Estados Unidos necesita anteojos. Y esa cifra alcanza el 90% en algunos países de Asia.
Si el “gen de la miopía” existiera, esto supondría que resistió milenios a pesar de sus desventajas.
De hecho, investigaciones llevadas a cabo esquimales en Canadá deberían haber resuelto esa cuestión hace unos 50 años.
Mientras en la generación de más edad apenas había casos que necesitaban lentes, el 10% de la generación más joven los usaba.
“Eso nunca hubiera sido posible si la enfermedad fuera genética”, dice Nina Jacobsen, del Glostrup University Hospital de Copenhague, en Dinamarca.
En cambio, lo que sí pasó durante los años que separan esas generaciones es que los esquimales comenzaron a dejar de lado su estilo de vida tradicional para adoptar uno más occidental. Esa parece una causa más probable del deterioro de la vista.
“La miopía es una enfermedad industrial”, dice Ian Flitcroft, de la Children’s University Hospital de Dublin, en Irlanda.
Y es que, a pesar de un posible papel de la genética en el desarrollo de la miopía, fue sólo después de que se diera un cambio en el entorno cuando el problema comenzó a emerger.
Parte de ese cambio pudo haberse debido a la educación y la alfabetización, una de las explicaciones más comunes sobre la aparición de la miopía.
Pero los estudios epidemiológicos sugieren que los efectos de la lectura sobre la vista son mucho menores de lo que en principio pudo haberse creído. De hecho, una investigación llevada a cabo en niños Ohio, Estados Unidos, demostró que no existe ninguna correlación.
“Sin embargo, no deberíamos descartar los efectos de la lectura del todo”, advierte Jacobsen.
Son muchos los que ahora argumentan que es el tiempo que hemos permanecido bajo techo, en casa -no tanto la lectura en sí- lo que tiene peso en el deterioro de la vista.
Estudio tras estudio, desde Europa, pasando por Australia y hasta Asia, se ha hallado que la gente que pasa más tiempo al aire libre es mucho menos propensa a desarrollar miopía que aquellos que permacen la mayor parte del día entre cuatro paredes.
Una de las explicaciones más populares es que la luz del sol nutre en cierta forma los ojos.
Scott Read, de la Queensland University of Technology, en Australia, recientemente equipó a un grupo de escolares con un reloj que registraba sus movimientos y la intensidad del sol cada 30 segundos.
El investigador vio que los niños con mejor vista no eran más activos que aquellos que usaban lentes, con lo que se descartó la posibilidad de que el ejercicio influya en la buena vista.
Sin embargo, las prescripciones para gafas parecieron depender casi exclusivamente del tiempo que los niños pasaron al sol.
Una de las preocupaciones más comunes es que los lentes empeoran el problema, pero la respuesta a eso es que no
Ian Flitcroft, especialista
La luz solar puede ser 1.000 veces más intensa que la artificial. Y cuanto más disfrutaron del sol lo niños, menos propensos fueron a necesitar lentes.
Quizás es porque la luz solar estimula la producción de vitamina D, que es responsable de un sistema inmunológico y cerebro sano, y también podría regular la salud ocular.
Una idea más aceptada es que el sol provoca la liberación de dopamina, un neurotransmisor que actúa en los ganglios basales del cerebro.
La miopía es causada por un crecimiento excesivo del globo ocular, lo que hace más difícil enfocar una imagen en la retina. Y la dopamina parece ayudar precisamente en esto.
Lo de la buena vista también podría ser una cuestión de color.
Las longitudes de onda verdes y azules se concentran en la parte delantera de la retina, mientras que la luz roja alcanza la parte posterior.
Como la iluminación de los interiores tiende a ser más rojiza que los rayos de sol, el desajuste podría confundir los mecanismos de control del globo ocular.
“Esto le dice al ojo que no está enfocando bien y que, por tanto, debe crecer y compensar el desajuste de alguna manera”, dice Chi Luu, de la Universidad de Melbourne, en Australia.
En esa línea, el investigador ha descubierto que, efectivamente, lo pollos criados bajo luz roja suelen ser más miopes que los que han crecido en entornos azules o verdes.
Por su parte, Flitcroft cree que el problema radica en el desorden de objetos que nublan nuestro campo visual.
“Si fijas la vista en una pantalla de ordenador, todo lo que está detrás de ella queda desenfocado a una gran escala”, dice.
“Y cuando alzas la vista para mirar al reloj ocurre lo mismo: enfocas éste, mientras muchos otros objetos periféricos quedan fuera del foco, borrosos”, explica.
Fijes donde fijes tu mirada, siempre habrá un desenfoque que pondrá a prueba los mecanismos de retroalimentación del ojo.
En los exteriores, sin embargo las cosas tienden a estar a una mayor distancia, proporcionando una imagen más clara que ayuda a regular el desarrollo del ojo.
Animar a los niños a pasar tiempo al aire libre sólo puede ser bueno
Ian Flitcroft, especialista
Con suerte, estas ideas no solo tendrán importancia académica, sino que guiarán hacia nuevos tratamientos.
Luu, por ejemplo, pretende llevar a cabo un ensayo en el que se aplique luz azul sobre niños miopes.
Con ello el investigador espera no sólo frenar el deterioro de la vista, sino revertirlo.
Durante su estudio con pollos, Luu descubrió que pocas horas de luz azul deshacían el daño provocado por las bombillas rojas y la vista de los animales volvía a ser normal.
Flitcroft señala que existen ensayos prometedores con lentes de contacto que pueden reducir el desenfoque de la visión periférica.
También es optimista con respecto a una gota ocular llamada atropina.
Este fármaco es reconocido por frenar la señalización que desencadena el crecimiento del ojo y la miopía.
Debido a sus efectos secundarios, como la dilatación de la pupila y la generación de halos alrededor de las fuentes de luz, se dejó de lado. Pero estudios recientes han demostrado que la atropina es eficaz también en una centésima parte de la dosis original. A ese nivel los efectos secundarios deberían ser mínimos.
Ese descubrimiento ha suscitado un nuevo interés por las gotas en cuestión. Por el momento, Flitcroft señala que hay que ser cauteloso y no tomar ninguna decisión de forma apresurada.
En cuanto a la creencia de que el uso de lentes empeora la visión, debería ser descartada en aras de la evidencia.
Yo lo sé por experiencia. Inspirado por el controvertido libro Better eyesight without glasses (Mejor vista sin gafas), decidí no usarlas durante un tiempo. En tres años se me duplicó la miopía.
“Una de las preocupaciones más comunes es que los lentes empeoran el problema, pero la respuesta a eso es que no”, dice Flitcroft.
“Si (con los anteojos) estás asegurando que tus hijos vean bien, estás haciendo lo correcto”.
Para aquellos que quieran tomar medidas ahora, la mayoría de los investigadores coincide en que animar a los niños a jugar en el exterior podría ser una buena opción.
En ese sentido, un ensayo llevado a cabo en escuelas en Taiwán ha dado unos resultados positivos moderados.
“Animar a los niños a pasar tiempo al aire libre sólo puede ser bueno”, añade Flitcroft.
Me hubiera gustado saber todo esto en mi juventud.
Hoy uso lentes de contacto que corrigen casi completamente mi vista, por lo que la ocasional sequedad e irritación son una preocupación menor.
Pero cuando me despierto y apenas puedo distinguir a mi pareja tumbada junto a mí deseo que las futuras generaciones sean capaces de disfrutar de la visión nítida que fue patrimonio de nuestros ancestros.