"Me gusta ser azotada. Que te aten es divertido". Rihanna, la famosa cantante de pop, confesaba así en 2011 a la revista Rolling Stone que creía ser un poco masoquista, pero estas declaraciones hoy ya no impactan tanto como lo hicieron en 1780 las de Leopold von Sacher-Masoch en su obra "La Venus de las pieles".
Nos parece natural que el ser humano intente evitar todos aquellos estímulos que le proporcionan malestar, y entre ellos solemos pensar que el dolor es uno de los más importantes, ya que normalmente lo asociamos al sufrimiento.
Sin embargo, hay quien habla de masoquismo de ‘baja intensidad': todos conocemos a alguien a quien le encanta la comida tan picante que hace que se le duerma la lengua, todos tenemos algún amigo que corre maratones agotadores, y muchos nos hemos rascado alguna vez una picadura de mosquito hasta levantarnos la piel o dejarla enrojecida. ¿Por qué?
Las relaciones entre placer y dolor son más complejas de lo que podemos creer. En la comprensión de esta relación extraordinaria una clave puede estar en las sustancias que produce el cerebro cuando sentimos dolor. Se trata de las endorfinas, unos opiáceos naturales de los que se sirve nuestro sistema nervioso para contrarrestar el dolor y el miedo.
Otro factor que se ha propuesto es el alivio que se siente tras escapar o superar una situación desagradable, como sucede en las personas que se autolesionan, generalmente para aliviar un sufrimiento psicológico. Pero el caso del masoquismo es diferente, pues el dolor es percibido como placentero en sí mismo, aunque hay quien ha planteado que el verdadero objetivo del masoquismo se relaciona más con el poder y la sumisión que con el propio dolor.
En un interesante estudio realizado por la Universidad de Dusseldorf se comparaba, entre otros, a un grupo de personas con conductas masoquistas con un grupo de control que no mostraba este tipo de comportamientos.
Para empezar, encontraron que el grupo de tendencia masoquista mostraba un umbral de dolor más elevado y valoraba la estimulación láser que se les aplicaba como significativamente más agradable en comparación con los controles. Y aún más interesante, utilizando la técnica de magnetoencefalografía observaron que, tras una primera estimulación táctil indolora, la aplicación del láser ocasionaba una mayor amplitud en la respuesta tardía del área somatosensorial primaria (S1) del cerebro.
Los autores plantearon como una explicación tentativa la posibilidad de que las personas con conductas masoquistas sufran una alteración en la modulación del procesamiento de la información somatosensorial.
Así, estímulos como el dolor, que en la mayoría de las personas aumentan la activación, serían percibidos como ‘normales' por aquellos con comportamientos masoquistas.
El interés y la aceptación del masoquismo y el sadismo han crecido en la sociedad, que incluso los ha retirado del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. Pero a nivel científico aún queda mucho por saber sobre estas parafilias.
La psicología y la neurociencia desean comprender y no juzgar al que disfruta sintiendo dolor. Como se suele decir, "en la variedad está el gusto".
Marisa Fernández, Neuropsicóloga Senior, Unobrain
La importancia del contexto ha quedado claramente expuesta en un trabajo realizado recientemente por Leknes y su equipo de colaboradores de las universidades de Oxford y Oslo. Este grupo de investigadores ha demostrado que el cerebro se comporta de forma distinta cuando un mismo dolor de intensidad moderada se compara con un dolor ‘peor' o con uno ‘mejor'.
Los participantes interpretaron ese dolor moderado como placentero al compararlo con otro más intenso. A nivel cerebral se observó una menor actividad en la ínsula y el cíngulo anterior, y una mayor activación en el circuito de recompensa que incluye las cortezas prefrontal orbital y ventromedial.
Por: Javier Flores