Un tumor convirtió su vida en un infierno de pornografía y pedofilia

Como si algo hubiera hecho "clic" en su sistema de deseos.

Como si algo hubiera cambiado de la noche a la mañana en su cabeza.

Así se sintió el hombre cuando, un buen día, estando al principio de la cuarentena, comenzó a sentir un impulso irrefrenable de adquirir pornografía. 

Corría el año 2000 y nuestro hombre, felizmente casado, vivía con su mujer y su hijastra. Desde hacía dos años trabajaba como profesor en una escuela.

Era un hombre adulto y centrado, sin extravagancias y sin vicios conocidos. De repente, algo empezó a obsesionarle.

Porno, porno, porno...

En sus años adolescentes Peter (el nombre es ficticio) ya había tenido su etapa erotómana, se había aficionado a revistas y películas para adultos como cualquier joven de su edad.

Ahora aquella afición volvía con fuerza, pero de manera distinta.

Esta vez algo estaba yendo mal. Los estímulos que buscaba no eran considerados parte de una conducta sexual moralmente aceptada.

El hombre empezó a frecuentar prostitutas y a coleccionar pornografía pedófila. Creó una selección secreta de páginas web con contenidos pornográficos que involucraban a menores de edad.

 Poco después, su irrefrenable deseo sexual fue demasiado lejos: Peter se insinuó sexualmente a su hijastra adolescente.

La chica, después de unas semanas, le contó lo ocurrido a su madre. Su mujer descubrió el alijo secreto de contenidos pedófilos.

El hombre empezó a frecuentar prostitutas y a coleccionar pornografía pedófila. Creó una selección secreta de páginas web con contenidos pornográficos que involucraban a menores de edad.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Peter acabó de patitas en la calle. Su mujer le echó de casa. Él buscó ayuda médica y se le diagnosticó un trastorno pedófilo. Se le prescribieron pastillas para manejar sus desórdenes sexuales y un juez le obligó a realizar un programa de rehabilitación de 12 pasos.


Pero el programa no le ayudaba. Su deseo no disminuía. Así que el hombre decidió abandonar el plan, aún sabiendo que su interrupción le condenaría a prisión.

Peter se veía entre rejas. No se veía capaz de luchar contra su nueva pulsión sexual. Entonces algo pasó.

Después de ser expulsado del programa, y la noche de antes de ser encarcelado, fue ingresado de urgencia.

Sufría intensos dolores de cabeza y había perdido el equilibrio.

La noche de antes de ser encarcelado, el hombre fue ingresado de urgencia en el hospital médico de la Universidad de Virginia. Sufría intensos dolores de cabeza y perdida del equilibrio.

Hablando con el psiquiatra, admitió haber sentido deseos de suicidarse y de violar a su casera. Durante las pruebas médicas, no dejó ni en un instante de pedir favores sexuales a las enfermeras. Pero además de aquellos deseos, Peter mostraba otros síntomas.

Los médicos se dieron cuenta de que caminaba mal, inclinaba la cabeza hacia un lado cuando andaba y había perdido la habilidad de escribir.

Después de realizar un par de escáneres, se le encontró un tumor incrustado en medio del cerebro. Entonces a los doctores les surgió una pregunta: ¿Podía aquel tumor ser el culpable de sus últimas desviaciones sexuales?

¿Podía aquel tumor cerebral ser el culpable de su trastorno pedófilo?
Mientras buscaban respuestas, los médicos decidieron operar. Después de que se le extirpara el tumor, los apetitos de Peter cambiaron drásticamente.

El hombre volvió a comportarse de forma "normal". Completó el programa de rehabilitación sin dificultades y se le permitió volver a su casa con su mujer y su hijastra. Su pesadilla parecía haber terminado.

Sin embargo, en unos meses notó que algo volvía a ir mal. Sentía unos espantosos dolores de cabeza y comenzó a coleccionar pornografía de nuevo.

Su tumor interfería en la corteza orbitofrontal, que ayuda a regular la conducta sexual, provocándole una grave desviación sexual.

En el hospital le comunicaron que el tumor había vuelto a crecer. Después de realizar una segunda extirpación, Peter volvió a su estado normal.

Aquello fue suficiente para que médicos, fiscales y jueces quedaran convencidos de que aquel hombre no era un pederasta.

Sus impulsos tenían una causa fisiológica. Su tumor interfería en la corteza orbitofrontal, que ayuda a regular la conducta sexual, provocándole una grave desviación sexual.

Era el primer caso de pedofilia provocado por un tumor cerebral conocido hasta ahora por la comunidad científica.

El tumor le había hecho perder el control de su vida mientras sus conceptos del bien y del mal permanecían inalterables, haciéndole vivir una situación espantosa en la que se vio al borde del abismo.

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