La sabiduria que la humanidad ha venido acumulando durante miles de años que pasaron, llega hasta nuestros días en forma de hermosos cuentos de amor, leyendas sobre los héroes valientes, antiguas historias y, por su puesto, sabias fábulas que nos regalan sorprendentes lecciones sobre la vida y los valores humanos.
Las frases de los maestros, o las fábulas, nos ayudan a mirar los pasajes de nuestra vida con otros ojos, dándoles un verdadero sentido y la esencia.
Quepasada.cc te ha traído esta historia sobre un joven que andaba por la vida sin rumbo y un sabio maestro que le ayudó magistralmente a descubrir su valor.
Un día, un joven se dirigió a un sabio maestro, en busca de consejo:
— Maestro, he venido porque me siento tan poca cosa, siento que he perdido las fuerzas para hacer nada. Me han dicho que no sirvo, que todo lo hago mal, que soy inepto y muy tonto. ¿Qué puedo hacer para mejorar, para que me valoren más?
Sin siquiera mirarlo, el maestro le contestó:
— Lo siento mucho, muchacho, pero no puedo ayudarte. Primero debo resolver mi propio problema. Tal vez mas tarde… y luego de una pausa agregó: — pero, quizás, si me ayudaras a mí, yo resolvería mí problema más rápido, y así podría ayudarte con el tuyo.
— E… encantado, maestro — vaciló el joven, sintiéndose otra vez despreciado, con sus necesidades en un segundo plano.
—Muy bien— asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño, y se lo entregó al muchacho, a la vez que decía:
— Monta el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Me urge vender este anillo, pues debo pagar una deuda. Debes obtener por él la mayor suma posible, por lo que no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda tan rápido como puedas.
El muchacho tomó el anillo y enseguida partió rumbo al mercado. Apenas llegó, comenzó a ofrecer el anillo a los mercaderes, quienes lo miraron interesados.
Pero al escuchar que el chico pedía una moneda de oro por el anillo, se rieron o le voltearon la cara. Solo un anciano se tomó la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. Algunos le ofrecieron una moneda de plata, otros un cacharro de cobre, pero el chico rechazó las ofertas, pues tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro.
¡Cómo deseaba el joven tener esa moneda de oro! No habría dudado en entregársela al maestro para liberarlo de su preocupación y, de ese modo, recibir su consejo y ayuda. Triste y cabizbajo, montó a su caballo, y volvió junto al maestro.
— Maestro –dijo quedamente — lo siento, pero no pude hacer lo que me pediste. Es posible que pudiera obtener dos o tres monedas de plata, pero no creo pueda lograr que otros le den el verdadero valor al anillo.
— Muy importante eso que has dicho, mi pequeño amigo — sonriente, el maestro agregó—. Primeramente debemos conocer el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete donde el joyero. ¡Nadie conocerá su valor mejor que él! Dile que deseas vender el anillo y pregúntale cuanto te daría por él. Independientemente de lo que te ofrezca, no se lo vendas, y regresa acá de inmediato, con mi anillo.
El joven enseguida se puso en marcha.
El joyero examinó el anillo con su lupa, lo pesó, lo miró nuevamente, y luego le dijo al chico:
— Dile al maestro, muchacho, que si desea venderlo ya, mi límite son 58 monedas de oro por este anillo.
— ¡58 MONEDAS! — exclamó el joven, con los ojos muy abiertos.
— Sí, -contestó el joyero— sé que con más tiempo se podría obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta le urge…
El joven cabalgó emocionado, hacia la casa del maestro, para contarle lo sucedido.
— Escucha atentamente —le dijo el maestro después de que el chico le relatara lo sucedido con el joyero— Tú eres como este anillo: Una valiosa y única joya. Y por lo tanto, solo puede darte tu valor verdadero, el ojo de un experto. Por lo tanto, ¿por qué andas por la vida esperando que cualquiera descubra tu valor?
¡Excelente fábula! A todos nos ha pasado esto. Nos sentimos mal con frecuencia, a causa de que alguien nos menosprecia, dejando por el piso el valor de nuestra autoestima.
Recuerda que el valor de la autoestima ¡es incalculable! No dejes nunca que la opinión de los demás la destruya. Si alguien te hace sentir «poca cosa», ¡recuerda esta sabia fábula!