APUNTE.COM.DO, Concha Tejerina | València.- Casi un año después de la dana que arrasó varias poblaciones del área metropolitana de València, las consecuencias en cuanto a la salud mental han sido «menos graves» de lo que temían en un principio los profesionales de salud mental, que piden «prudencia» por cómo pudiera evolucionar la situación en los seis meses posteriores al primer aniversario.
“La recuperación psicológica será más lenta que la material en algunos casos», afirma en una entrevista con EFE el jefe de Psiquiatría de La Fe, Alberto Domínguez, quien insiste en ser prudentes porque los aniversarios o las alertas por lluvias «pueden reactivar los recuerdos y causar repuntes de ansiedad».
Domínguez destaca la «resiliencia» de la población afectada por las riadas y subraya que del total de casos atendidos en el último año por la sanidad pública, alrededor de 2.000, menos del 10 % ha evolucionado a cuadros más graves como Trastornos de Estrés Postraumático (TEPT).
Preguntado por cómo cree que afecta en los damnificados por la dana la crispación política que hay tras el 29 de octubre, el psiquiatra afirma que «poder echar la culpa a alguien», tanto si es de un lado como del otro, «puede actuar incluso como un factor de protección».
Un año después de la dana, los servicios de salud mental siguen atentos. “Hemos notado un descenso en la demanda, lo cual es positivo, pero no podemos bajar la guardia”, advierte Domínguez.
Confiesa que aunque temían datos como los recogidos por estudios tras las inundaciones en Inglaterra en 2022, donde hubo entre un 20 y un 40 % de afectados con TEPT», en el caso de la dana del 29 de octubre, «apenas llegamos al 2 o 3 % de la población afectada”, a los que se suma el 4 % de pacientes que antes de la riada ya eran atendidos por problemas de salud mental.
Domínguez atribuye la baja incidencia de cuadros graves a tres factores: la resiliencia de la población, la intervención temprana de los equipos de salud mental y, sobre todo, el efecto positivo de la solidaridad ciudadana
.“La caravana de voluntarios con fregonas y palas tuvo un efecto muy positivo. Esa ayuda desinteresada, ver a desconocidos limpiando tu casa para que pudieras dormir allí, tuvo un impacto emocional enorme. Daba esperanza”, asegura.
El psiquiatra subraya que la capacidad de adaptación de los vecinos de la zona también ha sido determinante: “Son comunidades acostumbradas a convivir con el agua. Muchos sabían cómo actuar, cómo proteger sus casas. Esa experiencia previa también reduce el impacto psicológico”.
Los síntomas más frecuentes en los primeros meses fueron insomnio, ansiedad, miedo a que se repitiera la catástrofe y síntomas depresivos. En los casos más graves, se observaron episodios de revivencia traumática, pesadillas, aislamiento emocional y cambios en la conducta.
El perfil mayoritario de los pacientes atendidos corresponde a personas entre 25 y 65 años, con especial incidencia entre los 40 y 50 años, «adultos responsables del núcleo familiar, los que tuvieron que rehacer la vida de los suyos», según explica Alberto Domingúez.
“En los hombres, el peor pronóstico lo hemos visto en el perfil del ‘proveedor’: camioneros, obreros, jefes de familia acostumbrados a resolverlo todo, que ahora se han visto desbordados y muchos de ellos han tenido que coger la baja laboral», indica.
Las mujeres con problemas de salud mental representan dos por cada hombre, aunque esa diferencia se reduce, e incluso se iguala entre ambos sexos, en los cuadros más graves. “Las mujeres consultan más y tienen menos vergüenza en hacerlo, los hombres tardan más en pedir ayuda”, apunta Domínguez
.En el caso de las mujeres, apunta que entre los colectivos más vulnerables se encuentran mujeres víctimas de violencia de género o de abusos previos, cuya experiencia traumática se reactivó tras la inundación.
También se atiende por problemas de salud mental entre un diez y un doce por ciento de menores de edad, principalmente adolescentes y algunos niños con ansiedad de separación o miedo persistente, aunque su evolución es favorable.
Explica que la noche del desastre los servicios de psiquiatría de los principales hospitales del área metropolitana (La Fe, Doctor Peset, Arnau de Vilanova, el General de València y el Hospital de Alzira), así como profesionales de salud mental del Clínico de València y del Hospital de Sagunto, se movilizaron de inmediato.
“La dana fue un martes y el viernes por la tarde ya estábamos coordinando equipos de psiquiatras y psicólogos. Sabíamos que habría un impacto psicológico importante, sobre todo entre familiares de fallecidos y personas que habían vivido situaciones de peligro extremo”, recuerda.
Durante los primeros días, los equipos trabajaron sobre el terreno, en puntos de atención instalados junto a centros de salud como el de Catarroja, y recorrieron las calles más afectadas.
“La escena era desoladora. La gente actuaba como autómatas, limpiando barro sin descanso, sin dormir, con ansiedad e insomnio”, recuerda el doctor, que indica que las escenas de destrucción, los vídeos que se repetían una y otra vez en los móviles y el miedo a que volviera a llover pesaban sobre todos.A medida que la emergencia se estabilizaba, los profesionales reorganizaron la asistencia.
“El objetivo era claro: intervenir lo antes posible para evitar la cronificación de los cuadros de estrés agudo y prevenir el desarrollo de trastornos de estrés postraumático (TEPT)”, señala. Para ello, se implantó un dispositivo con atención psiquiátrica y psicológica tanto grupal como individual.