“El trabajo que están haciendo los oídos y el sistema auditivo de un recién nacido no es tan obvio a simple vista"...
Redacción Internacional de Salud.- En contraste con la visión tradicional de la inmadurez que se presupone en los recién nacidos, en verdad tienen una notable sensibilidad lingüística y la capacidad de procesar estímulos del habla elaborados a las pocas horas de nacer. Ya en ese momento muestran preferencias por el habla y sobre una variedad de sonidos complejos no lingüísticos. También prefieren la voz de su madre frente a otras voces femeninas.
Un estudio reciente publicado en Nature Human Behavior indicó que comienzan a relacionarse con los detalles del mundo que los rodea en cuestión de horas, incluidos los idiomas específicos que hablarán.
Se sabe que los bebés comienzan a aprender el lenguaje al escuchar el habla incluso cuando están en el útero, pero se supone que no pueden escuchar los detalles porque están amortiguados, como si estuvieran bajo el agua.
El estudio, con participación de colaboradores internacionales, como los especialistas Gary Oppenheim y Guillaume Thierry de la Facultad de Ciencias Humanas y del Comportamiento de la Universidad de Bangor, en Gales, Reino Unido, trabajó con recién nacidos, comenzando a los pocos minutos de su nacimiento usando una combinación de vocales reproducidas naturalmente y reproducidas en una versión invertida en el tiempo del sonido.
Utilizando imágenes ópticas, una forma no invasiva de neuroimagen para medir los cambios en el cuerpo, el proceso involucró encender pequeñas linternas en el cuero cabelludo de los bebés.
La luz brilla en el cuerpo, y parte de ella rebota y dependiendo de lo que esté pasando (como cuánta sangre oxigenada hay en un área del cerebro), se recuperará un poco más o menos de luz. Para obtener resultados precisos, se utilizaron múltiples linternas, con su potencia y ubicación controladas con precisión, así como detectores de luz muy precisos para medir pequeños cambios en la cantidad de luz que rebota.
Al mismo tiempo, se reprodujeron grabaciones de vocales habladas y luego se probaron para ver si sus cerebros respondían de manera diferente cuando escuchaban que estas mismas vocales se reproducían hacia atrás y hacia adelante. En la primera prueba, los bebés no pudieron distinguir entre las vocales hacia adelante y hacia atrás, ya que es un contraste muy sutil (incluso los adultos fallan en esta prueba de discriminación el 70% de las veces).
Después de solo cinco horas de exposición a este contraste, las imágenes ópticas mostraron que los cerebros de los recién nacidos comenzaron a distinguir entre los dos sonidos.
Y después de otras dos horas, durante las cuales la mayoría de los recién nacidos durmieron, la exposición al contraste de vocales desencadenó una ráfaga de conectividad, con neuronas hablando entre sí a gran escala, como si se hubieran inspirado en los sonidos del lenguaje que escuchaban.
Guillaume Thierry, profesor de Neurociencia Cognitiva en la Universidad de Bangor indicó: “Nuestra investigación mostró que una distinción muy sutil, incluso para el oído adulto, es suficiente para desencadenar un aumento significativo de la actividad cerebral del recién nacido, lo que demuestra que las experiencias tempranas tienen consecuencias potencialmente importantes para el desarrollo cognitivo. En otras palabras, deberíamos desafiar el mito de que los bebés en su mayoría no son conscientes de su entorno hasta después de unas pocas semanas, simplemente porque duermen mucho y prestan atención a lo que los bebés están expuestos desde el momento en que nacen”.
Gary Oppenheim, profesor de Psicología en la Universidad de Bangor y colaborador en esta investigación, completó: “Cuando nació mi hijo, me sorprendió ver que estaba inmediatamente alerta, con los ojos bien abiertos y mirando a su alrededor para absorber información sobre su nuevo y extraño entorno”.
“El trabajo que están haciendo los oídos y el sistema auditivo de un recién nacido no es tan obvio a simple vista, pero este resultado espectacular muestra que tenemos una notable sensibilidad a la información del lenguaje desde el mismo momento en que nacemos e inmediatamente nos ponemos a trabajar, desarrollándolo y refinándolo en respuesta a nuestras experiencias en el mundo, incluso cuando parece que solo estamos durmiendo”, concluyó.