Según la mitología griega, la diosa Eos se enamoró de Titono, estaba tan ciega por él que acudió a Zeus, el rey de los dioses, para pedirle que hiciera inmortal al príncipe troyano. Zeus aceptó, aunque Eos fue tonta, había pedido vida eterna a su amante, pero se le olvidó pedir por eterna juventud. El resultado fue que Titono envejeció y envejeció, y nunca murió.
La primera vez que me topé con esta historia, lo tomé como una moraleja sobre las dificultades de lidiar con los poderes de Zeus. Si le solicitas un favor al rey de los dioses, ten mucho cuidado en pedir exactamente lo que deseas.
Ahora, a mis 59 y tanto años, quizás no sea de sorprender que vea este cuento de Titono como una parábola de la edad mayor y de las varias formas que puede tomar.
Nos recuerda que hay un mundo de diferencias entre ser una persona de mayor edad vibrante y el degradante estado de dependencia.
Para la mayoría de nosotros, la preocupación de envejecer no es realmente sobre el paso de los años y sus síntomas menores (el engrosamiento de las uñas, las rodillas que crujen o -como descubrí hace poco- la incómoda verdad de que ya no es muy sabio intentar saltar un muro de un metro).
De hecho, algunas de estas características pueden tener sus beneficios. No me importa pasar desapercibida delante de unos obreros. Y por cada mujer que se deprime por la menopausia, hay otra como yo que se siente liberada de la idea de tener que volver a lidiar con calambres o tampones.
Lo realmente preocupante es la idea de lo que nos puede pasar si pasamos al lado oscuro, al lado de Titono, a un mundo de incapacidad, indignidad e incontinencia.
Para ponerlo en otras palabras, hay dos caras de la "edad avanzada". Una es la que todavía se puede disfrutar con una relativa salud. La otra es el largo descenso hacia la muerte, que cada vez más de nosotros lo sufre, una larga y "terrible edad mayor" como mi poeta ancestral griego del siglo VII A.C. lo describe.
¿Los mismos errores?
No puedo evitar pensar que parte de la profesión médica moderna ha cometido el mismo error que la diosa Eos. ¿Por qué rayos, cuando tantos doctores desean una muerte rápida de un infarto fulminante gastan tantos esfuerzos (y dinero) en evitar que sus pacientes tengan exactamente eso, y nos condenan a la pesadilla de la vejez decrépita?
La semana pasada estas dos caras de la vejez fueron capturadas vívidamente. Por un lado un blogero lanzó una campaña de "Cómo lucir atractivo a los 100", algo así como "90 son los nuevos 70". Es poco probable que llegue a los 100, pero si alcanzo esa edad, espero tener algo mejor que hacer que preguntarme si me veo "atractiva".
Y por el otro lado son muchos los artículos y programas de televisión sobre las cosas terribles –y algunas veces inaceptables- que ocurren en las “casas de cuidados” para ancianos.
No creo que alguien pueda ver estos programas sin sentirse avergonzado al ver llorar a gente mayor porque nadie los lleva al baño o siendo ridiculizados, golpeados y abusados.
Como historiadora, creo que en unos cientos de años verán nuestro tratamiento al anciano del siglo XXI como una gran mancha en la cultura. Algo así como los manicomios del siglo XVIII. Habrá muchos libros y tesis doctorales sobre cómo y por qué lo hicimos tan mal.
Las luces no estarán sólo en los cuidadores, sino en todos nosotros; en los lectores y la audiencia que se enteran de estas historias y las deploraron.
Está claro que, desde la seguridad de nuestras salas, nos gusta pensar que si fuéramos nosotros los cuidadores, seríamos consistentemente amables con los frágiles ancianos, no abusaríamos o golpearíamos.
Pero, ¿podemos estar tan seguros? La demencia es un buen punto.
La opinión popular saneada de esto la ha hecho un trastorno sutil -quienes la sufren están "confundidos", un poco tontos, que viven en el pasado, con hadas o en otro planeta.
Algunos en verdad son así, y espero que así sea como me toque a mí, si ese es el caso.
Sin embargo, esta enfermedad tiene un lado cruel. Como sabemos, otros se vuelven más agresivos y más difíciles de cuidar de lo que puede encerrar el adjetivo de "desafiante".
Muchos padres saben lo que es "perder la compostura" con sus propios hijos. Los aman, son hermosos, y aun así hay veces que le gritan con mucha rabia o le dan una bofetada (incluso sabiendo que no deberían).
Claro está que no deberíamos comparar el cuidado a las personas mayores con el de los más pequeños. Pero me pregunto si muchos de nosotros, que no siempre mantenemos la calma con nuestros amados hijos, podría trabajar en una casa de cuidados y no decir o hacer algo ocasionalmente de lo que nos arrepintamos hacia a algunas unos residentes algunas veces muy difíciles.
En la descripción del trabajo de estos cuidadores, suelen buscar a alguien "que logre tanta independencia como sea posible en todas los aspectos de sus vidas", que los "ayude a identificar y elegir sus necesidades de apoyo", alguien que "entenderá cómo tratar al paciente con respeto y dignidad" y que "entienda los derechos del individuo para que se le respete sus deseos", etc.
Esto me suena a que están buscando un santo por muy poco salario.
Si esta es la situación, ¿hay un mejor futuro? ¿Habrá una solución obvia cuando en unos cientos de años salgan todos esos libros y ensayos? Sólo podemos esperar que así sea.
Estaría bien pensar que cuando la llamada "edad avanzada" sea un tercio de la población, el puro poder popular hará la diferencia.
No obstante, el hecho es que cuando muchos de nosotros lleguemos a ese frágil estado, no estaremos en condiciones de hablar, como nos recuerda esa larga no muerte de Titono.