La esperanza de vida en el Mundo se sitúa en 71,89 años, menos en Africa que es de 60

  • por EFE martes 24 abril 2018

REDACCIÓN INTERNACIONAL.- Es fundamental que los cuidadores tengan muy presentes las necesidades de cada paciente, sus fobias, gustos, deseos y su vida pasada para garantizarles una vida digna.

Según datos del Banco Mundial, la esperanza de vida en el mundo se sitúa en los 71,89 años. Esta cifra es superada por la media de esperanza de vida de todos los continentes a excepción de África, donde el dato se sitúa en los 60 años. Tras este se encuentra Asia, con una media de 72 años, superada por América Latina y El Caribe, con 75; Oceanía, con 77; Europa, con 78; y América del Norte, con 79, según el portal Statista.

España se ubica en la actualidad en el puesto número cuatro con una esperanza de vida de 83 años, solo tras Japón, Suiza y Singapur, según la OMS.

En España viven casi 9 millones de personas mayores de 64 años, lo que corresponde con casi el 19% de su población. De ellas, el 29,17% se encuentra en situación de dependencia.

El cambio demográfico marcado por el envejecimiento que han vivido las sociedades en los últimos años supone un nuevo reto. “La mayor esperanza de vida no es una amenaza, es una conquista muy beneficiosa, aunque envejecer no es tarea fácil”, señala Ana Urrutia, la autora del libro Cuidar, Una revolución en el cuidado de las personas(Ed. Ariel).

No obstante, destaca que son necesarias transformaciones sociales en la manera de cuidar a “los frágiles” por parte de los profesionales y de las familias. “Los cuidadores tenemos una obligación moral y social de procurarles un entorno sociocultural dinámico y abierto, acorde a sus recuerdos y deseos, para que vivan su vida con dignidad, aunque eso pueda representar un riesgo”, apunta.

La autora pone el foco en la sujeción como eje central de cada capítulo porque considera que esta práctica refleja cómo cuidamos. “No sujetar habla de dignidad en el cuidado, de cuidado centrado en la persona, de derechos, de calidez y, en definitiva, de humanización al cuidar”.

Mientras en el Reino Unido o Alemania el uso de sujeciones no supera el 5%, en España, aunque no hay datos oficiales, se calcula que está entorno al 40%.

Por ello aboga por la implantación de un sistema diferente que supone un cambio de paradigma en el cuidado de las personas, eliminando las sujeciones tanto físicas como químicas para garantizar la autonomía del paciente y para que este no se sienta dependiente, sino acompañado.

Historias en primera persona

Todas ellas desprenden la humanidad por la que aboga Ana Urrutia en el cuidado, como la historia de Alba, apodada como “la reina de las caídas” por la inestabilidad que le provocaba su cuadro clínico.

El libro se desarrolla en una estructura organizada a través de historias narradas en primera persona por la autora, fieles a la realidad pero contadas con un toque novelesco que ameniza su lectura y facilita su comprensión.

Su calidad de vida mejoró cuando su familia aceptó unos cuidados diferentes en los que se eliminasen las sujeciones. Aunque a priori parecía que asumían un gran riesgo, la experiencia les demostró que su madre se caía igual o menos de lo que lo hacía antes.

El caso de María era diferente. Su agresividad hizo que su marido, desesperado al no poder controlar su conducta, la llevara a un centro. Cada vez que se le acercaba un cuidador, esta le propinaba un bofetón, un puñetazo o una patada, lo que hacía que viviera atada.

Sin embargo, un equipo con disposición para aprender y con grandes dosis de humildad lograron cambiar la actitud de María partiendo del estudio de su personalidad y su vida anterior y retirando progresivamente sus sujeciones.

No obstante, los acontecimientos hicieron que María tuviera que ser trasladada a otro centro donde no fue recibida con la misma paciencia que en el primero, y volvió a las sujeciones. Ana Urrutia utiliza este ejemplo para defender que la clave del éxito reside en la actitud de los trabajadores, no en las características técnicas del lugar.

Otro ejemplo de dependencia, es el de Mauro, quien tenía una vida prometedora hasta que la esquizofrenia se introdujo en su vida. Permaneció muchos años sin necesidad de ingresar, pero la muerte de sus padres supuso un golpe muy duro para su estabilidad mental. Tras épocas de cuidados a base de sujeciones para contener su agresividad, su actitud mejoró en manos del equipo de Ana Urrutia gracias a un sistema de pactos.

Sin embargo, fue el caso de Romana el que provocó el cambio en la mente de esta doctora. Su amigo Jabier, médico vasco en el Reino Unido y tío de Romana, fue quien avivó la llama con un brusco “Ana, no entiendo por qué la sujetas. ¿por qué lo haces?”. El enfado inicial de Ana se fue transformando en reflexión para generar el cambio que ahora impulsa.

Un sistema paternalista

El sistema de cuidados vigente en sociedades como la española es, en palabras de Ana Urrutia, muy paternalista, y surge de una necesidad de sobreprotección. Considera que se sujeta a los pacientes más por el miedo de los familiares a que se caigan y se hagan daño que porque estos tengan en cuenta la voluntad y los miedos de sus padres, abuelos…

Además, señala al responsable fundamental de ese paternalismo: “España es un país muy centrado en las necesidades de la organización, del que cuida, y esa es, probablemente, la mayor dificultad para cambiar el sistema”.

Destaca que, aunque a menudo se argumentan los problemas económicas como impedimento para realizar esa transición, la causa fundamental se encuentra en las personas, en el cambio individual que tiene que desarrollar cada cuidador.

Respetar la autonomía del paciente es fundamental para proteger su dignidad en todas las etapas de su vida. “La autonomía y la capacidad de decidir no son cien por cien o nada, y una persona puede ser incapaz para ciertas cosas y tener capacidad para otras”, destaca Ana Urrutia.

Y considera que es fundamental respetar la voluntad de la persona en aquellas cuestiones sobre las que puede decidir. “Yo puedo carecer de capacidad para gestionar mi dinero, pero sí tenerla para decidir qué ropa me gusta aunque tenga un deterioro cognitivo”. La experta en geriatría considera que el respeto de esas decisiones protege la dignidad de la persona.

En las cuestiones sobre las que el paciente no puede decidir, la solución es la autonomía por representación teniendo en cuenta lo que la persona desearía.

“Quien me representa de verdad, teniendo en cuenta mis valores, está desarrollando una autonomía en mí”. Y esa es la clave para garantizar la dignidad de una persona acompañada, no dependiente.

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