La demanda vertiginosa de alimentos que vivimos hoy, hace que proliferen determinadas técnicas para multiplicar la oferta a cualquier costo, aún en detrimento de la salud de las personas.
Sólo los procedimientos orgánicos de cultivo y de cría de animales nos garantizan que estos estarán libres de pesticidas, químicos y elementos nocivos que perjudican nuestro organismo, pero pocos prestan atención al hecho de que el uso indiscriminado de sustancias para aumentar la productividad está envenenando a la población.
El pollo es un alimento que comemos todo el tiempo y que está presente en la gastronomía de casi todos los países. Es una fuente de proteína animal muy importante y tiene un sabor suave que lo hace popular y una carne fácil de digerir hasta para los más pequeños.
Pero debemos tener en cuenta que consumir pollo, puede poner en riesgo nuestra salud, si no se toman ciertos recaudos, porque muchos de los medicamentos que se le suministran a los pollos contienen arsénico.
Si bien existe el arsénico orgánico, que es el que se utiliza en los animales que se consumen, los estudios revelan que pasado un tiempo, el arsénico se degenera y pasa a ser nocivo.
El arsénico causa serios problemas en el organismo que van desde intoxicaciones que provocan diarrea, hasta entumecimiento en los músculos, pasando por dolores de cabeza, calambres y malestar general.
Para vender en el mercado estos pollos, las empresas utilizan sustancias que contienen arsénico para engordarlo y hacerlo “rendir” más.
El consumo prolongado de arsénico puede generar graves patologías y complicaciones a personas que padecen de diabetes, reacciones en la piel y trastornos cardiovasculares.
Lo mejor es siempre recurrir a alimentos orgánicos y esto también aplicado al pollo, que es más saludable cuando fue criado en una granja y alimentado a base de productos frescos y naturales. Y esto se nota en la consistencia de la carne del pollo y en su color blanco.
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