La seducción puede convertirse en una necesidad incontrolable

La seducción puede convertirse en una necesidad cuando esta es fruto de una baja autoestima y de una búsqueda del control y del reconocimiento del otro. Muchas personas utilizan la seducción para ejercer poder sobre otras personas, para “tener la sartén por el mango”.

Esta necesidad es fruto de una carencia que se ha gestado años atrás, lo más probable en la infancia, y que ahora se ve reflejada en un intento por llenar el ego, sentirse objeto de deseo de otras persona y tener poder sobre todo esto.

La seducción puede hacer mucho daño

La seducción puede convertirse en un arma de doble filo, ya que la persona que seduce puede toparse con alguien mucho más hábil en este arte y que le haga caer en su propia trampa.

Bajo esta necesidad que roza casi la obsesión se encuentra un increíble afán por confirmar su propia deseabilidad, lo que conforma su identidad personal.

No obstante, como toda obsesión, tarde o temprano a uno se le va de las manos y termina haciendo mucho daño a personas que no tienen culpa alguna de esta necesidad.

Veamos, por ejemplo, la historia de Fátima (personaje ficticio):

Fátima era una mujer muy atractiva, irresistible y que acapara todas las miradas. Ella está casada con un experto informático que siempre está muy ocupado y que, cuando está con ella, solo habla de virus, programación y otra serie de cuestiones que Fátima no entiende.

Es por este motivo por el que Fátima se ha metido en el gimnasio para, además de ponerse en forma, poder hablar con alguien de algo más que de cuestiones informáticas.

Fátima es consciente de su deseabilidad, pero nunca ha llegado más allá. Hasta que un compañero de gimnasio la roza un día sin querer y su mundo se trastoca. Se cruzan miradas y empieza un intento de conquista silencioso.

Es la primera vez que Fátima desea llevar su juego de seducción hasta las últimas consecuencias, donde las palabras provocadoras terminan en encuentros pasionales marcados por la infidelidad.

Una vez obtenido el resultado, Fátima ya está saciada, pero su amante no, y empieza a hacer locuras y a proferir intentos de suicidio ante la inminente ruptura por parte de Fátima.

Debido a los acontecimientos, el marido de Fátima se entera de todo y la deja.

Ella se encuentra desolada, no consigue retener al hombre que quiere a su lado y se convierte en una seductora nata, gran pisoteadora de sentimientos, pero con un vacío dentro imposible de llenar.

Un juego arriesgado

La seducción es un juego pero, para Fátima, que lo ha llevado hasta sus últimas consecuencias, tiene un precio muy alto que pagar.

En su caso, la pérdida de aquello que creía tener seguro. El juego de la seducción ya no tiene sentido cuando se consigue el objeto de deseo.

En esta ocasión la vida le enseña a nuestra protagonista que esto es algo que debe aprender a sanar.

Por este motivo pierde a su marido. Su seducción le aportaba seguridad, dominio y poder, pero lo pierde y, entonces, debe replantearse por qué seduce, cuál es el objetivo, cuál es su carencia.

Aunque este debería ser el camino, Fátima se envuelve en una vorágine de relaciones que terminan en fracaso en su intento de volver a tener una como la que mantenía con su marido.

No obstante, hasta que no aprenda de esto, continuarán los fracasos amorosos que la terminarán desgastando, minando su autoestima y haciéndola sufrir mucho.

Seguro que Fátima, tarde o temprano, abrirá los ojos, pero aún así le costará muchas más experiencias fallidas que le aportarán mucho dolor.

Todo en exceso es malo, pero aun así nos aporta una enseñanza. La seducción es uno de esos excesos que es necesario revisar porque hay algo de lo que quiere que seamos conscientes.

No ignoremos lo que nos está haciendo sufrir, porque este es un dolor que llevamos muy adentro y que no logramos superar.

A veces, no es tan complicado solucionarlo una vez nos damos cuenta de qué es lo que está provocando nuestra actitud.

Fuente: mejorconsalud 

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