La alegría, el miedo, la sorpresa, la tristeza... Descubre cómo se forman y cómo puedes enseñar a tu hijo a manejarlas.
Cuando un bebé nace, tiene ante sí dos retos apasionantes. Uno es descubrir el mundo y sentirse a gusto en él. Otro, descubrirse a sí mismo, porque al principio ni siquiera tiene conciencia de ser alguien distinto a su madre, y aprender a quererse.
Ambas actitudes vitales positivas las adquirirá en sus primeros años gracias a las sensaciones placenteras que irá experimentando y a las emociones gratificantes que le deparen, pero también gracias a la forma en que consiga afrontar las sensaciones dolorosas y aliviar las emociones negativas.
Las emociones son nuestra caja de resonancia, la vibración del alma (del ánimo), lo que nos hace ser humanos y tener una inteligencia creativa.
Contribuyen a formar el cerebro del bebé antes que los pensamientos y los sentimientos y permanecen ahí, agazapadas, determinando la forma de ser y de vivir las experiencias. Todas son necesarias, pero en su justa medida. Y hay que educarlas.
Necesario: crear un entorno idóneo
La buena noticia es que todo bebé, incluso el que nace con algún problema o el que tiene un temperamento difícil, está genéticamente programado para desarrollar un carácter alegre y positivo.
Sólo necesita contar con un educador emocional atento, como tú, que le ayude a canalizar sus emociones y alcanzar esta potencialidad.
Lo primero para lograrlo es crear un entorno idóneo para que el bebé crezca con seguridad y confianza. Si en tu casa hay descontrol y tensión, esa es la respuesta emocional que por imitación aprenderá tu hijo (o, peor aun, se volverá temeroso e inseguro).
En cambio, si le proporcionas un ambiente tranquilo y estructurado, con horarios regulares y rutinas para hacer cada cosa, será perfecto.
Después: tienes que conocer las emociones, observar y escuchar al bebé o al niño, validar sus sensaciones y orientarle para que sepa dirigirlas y equilibrarlas.
El amor y el humor son básicos. Y aceptar al niño como es, también.
Las ocho emociones básicas del ser humano
Las cuatro emociones primarias, presentes desde el nacimiento, y las cuatro secundarias, que afloran en los primeros meses del niño y se transforman en sentimientos, forman las ocho emociones básicas.
Las cuatro primarias
Son respuestas automáticas innatas. Aparecen con gran rapidez porque se procesan en la amígdala, no hay que pensarlas.
Es la respuesta emocional frente a la frustración (y, en adultos, frente a la amenaza intencionada). También es la reacción frente al dolor, que avisa de un daño que se debe reparar.
Focaliza la atención en los obstáculos que impiden conseguir lo deseado. Obnubila e impide aprender. Se remedia cuando se alivia la tensión.
Otros nombres: ira, enojo, rabia, frustración, irritación, enfado...
Favorece la recepción e interpretación positiva de los estímulos, aumenta la energía, el disfrute, el aprendizaje y, a más edad, la creatividad y la empatía.
Su expresión es la risa. Otros nombres: felicidad, alivio, apetito, deseo, ilusión, satisfacción, impulso, orgullo, placer, valor.
La reacción emocional frente a una pérdida. Disminuye la energía, la actividad, el apetito y las ganas de vivir. Su expresión básica es el llanto.
Despierta la compasión de los demás. Otros nombres: pena, soledad, decepción, desaliento, autocompasión.
Reacción a una amenaza inesperada (en bebés, a estímulos muy intensos o la sensación de pérdida del sustento, el “abismo visual”).
Focaliza la atención en lo temido, no deja pensar. Otros nombres: ansiedad, inseguridad, desconfianza, timidez, preocupación.
Las cuatro secundarias
También están presentes en el recién nacido, pero se desarrollan más a partir de los 2 meses. Muy pronto, estas emociones se transforman en sentimientos.
Reacción emocional breve que causa algo imprevisto o extraño. Concentra la atención para procesar informaciones novedosas. Otros nombres: asombro, interés, curiosidad, exploración, descubrimiento.
Es una emoción y un sentimiento de reproche contra sí mismo por algo que ha hecho y que sabe que está mal. O por una limitación, real o figurada, que le desvaloriza y le hace temer la burla.
Otros nombres: culpa, inseguridad, timidez, ridículo, mortificación, remordimiento.
La emoción más poderosa, sobre todo cuando se combina con la alegría. Favorece todos los procesos cognitivos, la empatía, la comunicación y el bienestar.
Otros nombres: aceptación, afinidad, confianza, amabilidad, dedicación, deseo, atracción, pasión, autoestima, admiración.
Como emoción, también se llama asco: la respuesta de escape o de rechazo a algo desagradable (protege de lo potencialmente dañino). Como sentimiento, es el odio: la aversión a algo o a alguien, que provoca displacer y que conduce a la ira o a la tristeza. Otros nombres: repulsión, desdén, desprecio, celos, envidia.
Aprendiendo a identificarlas
Tú sabes identificar perfectamente cuándo tu bebé llora con irritación porque está molesto, tiene hambre o le duele algo.
Enseguida acudes a averiguar qué le pasa e intentas resolver la situación para aliviar su tensión y calmar su llanto, porque el vínculo emocional que os une te lleva a intentar protegerlo ante todo.
También sabes distinguir, cómo no, cuándo está relajado y feliz, no hay más que ver su carita satisfecha o su sonrisa.
Y cuándo llora con pena porque se siente solo y necesita mimos, o cuándo da un respingo y rompe a llorar porque se ha asustado. Éstas son las cuatro emociones primarias: cólera, alegría, tristeza y miedo, presentes desde el nacimiento.
Cómo se forman en su cerebro
Hay que aclarar que el cerebro del bebé al nacer es aún muy inmaduro. Sí está completo el cerebro primitivo, donde se aloja la amígdala, que regula las emociones primarias.
Pero no el neocortex, el cerebro superior exclusivo del ser humano, que sigue aumentando su masa y sus pliegues en los siguientes tres años, a base de generar multitud de nuevas neuronas que se conectan entre ellas.
Estas conexiones son como chispazos en cadena que siguen un recorrido marcado, uno para cada sensación, emoción, experiencia o aprendizaje, como carreteras en el cerebro.
Así, lo primero que archiva el bebé son los estímulos que le llegan a través de los sentidos y las sensaciones hormonales que experimenta: placer o dolor, básicamente.
Y de este modo surgen los estados afectivos. Primero las emociones, que son respuestas del ánimo innatas, automáticas, y sirven para hacernos más adaptativos al entorno.
Y después brotan los sentimientos, que son la toma de conciencia de esas emociones y sirven para expresar de forma más racional nuestro estado de ánimo.
Éstos se elaboran en el neocórtex, el cerebro superior, que madura extraordinariamente en los primeros años.
Cómo surgen los sentimientos
Cuando las emociones se manifiestan de forma estable y reiterativa, se convierten en hábitos emocionales y aparecen los sentimientos.
Estos provienen de una emoción que se ha elaborado en la mente, tamizada ya por la experiencia, la memoria y los pensamientos, o bien de una combinación de varias emociones básicas.
Así, la emoción amor, formada por alegría y aceptación, se transforma en el sentimiento amoroso. Y la culpa es el sentimiento que resulta de la mezcla conflictiva de alegría y miedo. De otra mezcla poco deseable, enojo, tristeza y miedo, surgen los celos.
En el ser humano los sentimientos, que son emociones superiores, alcanzan la más amplia gama y refinamiento, acorde a nuestra posición en la escala evolutiva.
Hay algunos que paralizan: decepción, avaricia, envidia, celos, desaliento, timidez, melancolía, hostilidad... Y otros que impulsan: amor, asombro, admiración, ternura, compasión, serenidad, generosidad, coraje, orgullo, gratitud...
Influye en los que desarrollará tu hijo
Ten en cuenta que los sentimientos que desarrollará tu hijo tendrán mucho que ver con los que tú le muestres: en él funcionan las “neuronas espejo” (le contagias tu estado de ánimo) y a esta edad predicas más con el ejemplo que con la palabra.
Pero sí es importante que pongas palabras a lo que crees que siente tu pequeño, así le ayudas a reconocer lo que le pasa y a expresarlo: emoción expresada, emoción superada.
Por eso, ten también en cuenta que para ayudar a tu hijo a lidiar con sus emociones, es básico que te habitúes a aceptar lo que tú sientes y necesitas y que te atrevas a expresarlo.
Atiende a sus necesidades emocionales
Tienes que prestar atención a las necesidades emocionales de tu hijo, ya que si no están satisfechas, acaban provocando conductas problemáticas.
Sentir seguridad
El bebé adquiere esta sensación cuando comprueba que sus padres siempre acuden cuando los necesita. A mayor edad, el niño la tiene cuando siente que sus padres le aman incondicionalmente, a pesar de sus rarezas y sus defectos.
Ser auténtico
A los niños les gusta aprender lo que los adultos les enseñamos, pero sólo cuando ellos quieren y a su manera.
Así desarrollan el pensamiento creativo. Además, tienen sus propios gustos e intereses y no sólo hay que respetarlos, sino potenciarlos. Necesitan ser ellos mismos, poder perseguir sus sueños.
Sentirse respetado
A todos nos gusta que nos tengan en cuenta y nos tomen en serio. Al niño también.
Respetarle no significa dejarle hacer lo que se le antoje, sino tener en cuenta lo que siente (por ejemplo, cuando queremos que haga algo y él dice que no por algún motivo) y expresarlo.
Jugar y estar alegre
Los bebés y los niños necesitan reír y jugar a menudo. Proporciona a tu hijo estos episodios emocionales positivos, que acaban por convertirse en hábitos.
Todo lo que puedas conseguir de él con un guiño o una broma, será mejor que con una orden malhumorada.
Tener atención y cariño
Además, los niños necesitan nuestra atención cariñosa, incluso cuando se portan mal (dicen que cuando más necesitamos que nos quieran es cuando menos nos los merecemos), y nuestra empatía: que escuchemos y compartamos sus sentimientos sin juzgarlos.
Un juego para aprender emociones
Te proponemos un ejercicio genial: cuando tu hijo muestre una emoción (es más fácil si empiezas por las primarias: ira, pena, miedo o alegría) o un sentimiento, pon palabras a lo que crees que está sintiendo.
Puedes hacerlo antes de que sepa hablar. Aunque el bebé se expresa al cien por cien mediante el lenguaje no verbal, entiende el habla más de lo que parece (y capta el tono) y así le demuestras que le comprendes y le ayudas a conocerse.
Un diálogo de cuatro pasos
Acostúmbrate a seguirlo con tu hijo.
Dile lo que está sintiendo
Empieza por hacerle una pregunta que incluya lo que crees que está sintiendo. “¿Te sientes… (di aquí la emoción) porque… (di aquí el motivo que crees que la ha despertado)?
Por ejemplo: “¿Estás enfadado porque tienes hambre?”, “¿Te sientes contento porque te gusta jugar con el perrito?”, “¿Te has puesto triste porque papá se ha tenido que ir? o “¿No quieres que nos vayamos porque quieres jugar más?”. La pregunta capta su atención y le invita a reflexionar.
Acepta lo que te responda
Observa o escucha su respuesta o explicación con empatía, sin juzgar.
Demuestra que le entiendes
Continúa por validar lo que siente. “Comprendo que te sientas así, porque…”. También se lo puedes decir con un gesto: un abrazo, una sonrisa o una cara de pena, que sintonice con lo que siente tu hijo.
Ayúdale a encontrar una salida
A continuación, si es una emoción negativa o si se trata de un conflicto (él quiere una cosa y tú otra), ayúdale a buscar una solución. Si es muy pequeño, dile lo que vais a hacer. Si ya habla, sugiéreselo con una pregunta: “¿Qué te parece si...?”.
Pregúntale también qué opina él que podría hacer para sentirse mejor o para conciliar sus deseos con los ajenos. Aprovecha este diálogo para intimar y enseñar y para fijar límites mientras le ayudas a solucionar su problema.
Si practicas esta forma de conversar con tu hijo, sabrá que le tienes en cuenta, irá incorporando mensajes positivos a su diálogo interior y adquirirá esa cualidad esencial para tener éxito en la vida: inteligencia emocional.
Fuente: Crecer Feliz