Pedro J. Torres: Desnutrición y obesidad, debemos trabajar en contra de ambas

El peso ideal del bebé al nacer debe rondar los 3,2 kilogramos y su talla debe ser de unos 50 centímetros aproximadamente.

Si su peso está por debajo de los 2,5 kilogramos, el niño corre un riesgo de morir antes del primer mes de vida ocho veces mayor que el de un recién nacido con talla y peso normales; si por el contrario, su peso y su talla están por encima del promedio y aumentan rápidamente en los primeros meses, el bebé estará en riesgo de desarrollar obesidad infantil.

En condiciones normales, el bebé debe aumentar alrededor de 750 gramos de peso mensuales durante sus primeros cuatro meses, unos 550 gramos mensuales los siguientes cuatro meses y unos 250 gramos mensuales los últimos cuatro meses del primer año de vida, a partir de entonces, el niño deberá aumentar un promedio de dos kilogramos por año hasta cumplir los cuatro años de edad; cualquier desviación de esta progresión, bien sea por exceso o por defecto, se considera un síntoma de obesidad o de desnutrición, respectivamente.

En el niño, la desnutrición se manifiesta a través de aspectos físicos, como una talla y un peso inferiores al promedio de su edad, y además produce bajo rendimiento escolar, una disminución en su fuerza y su actividad física, y en trastornos del sueño.

Por su parte, un niño con obesidad o sobrepeso, además del riesgo de sufrir patologías derivadas como diabetes, hipertensión, trastornos cardiovasculares o problemas óseos y articulares, puede presentar también cansancio, baja autoestima y depresión; además, en su entorno social es susceptible de ser objeto de burlas o acoso, lo cual puede acarrear problemas emocionales y trastornos de la alimentación, como bulimia y anorexia.

Entre las principales causas de la desnutrición infantil se encuentran el bajo peso al nacer, una dieta insuficiente y carente de nutrientes, el ser hijo de una madre adolescente y vivir en un entorno de pobreza; sin embargo, la desnutrición también puede deberse, más que a la carencia de alimentos, al desconocimiento de los padres acerca de cuáles son los alimentos más adecuados para el crecimiento y desarrollo armónico de sus hijos; es así como muchas veces podemos ver niños aparentemente sanos, y hasta rollizos, pero que sufren de una salud precaria como consecuencia de ser sustentados con una dieta más bien pobre en nutrientes y abundante en azúcares y grasas, que los “infla” pero no cubre sus requerimientos alimentarios; son niños obesos y a la vez desnutridos.

El primer y más importante alimento para combatir la desnutrición y la obesidad infantil es la leche materna, ya que ella es rica en grasas, carbohidratos, proteínas, vitaminas y minerales, elementos esenciales para el desarrollo del niño; la mayor parte de los pediatras recomiendan alimentar al bebé con lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses, luego se puede comenzar a introducir otros alimentos, como verduras, frutas, pollo, pescado, carnes desgrasadas, productos lácteos, entre otros.

Asimismo debe evitarse el consumo de harinas, frituras, comida chatarra, refrescos y azúcares, que no nutren, aportan solamente calorías vacías y promueven la obesidad.

Pedro J. Torres, al frente de la Fundación Torres-Picón, enfocada en prevención de la obesidad y el sobrepeso infantil, así como en la promoción de la educación, las artes y la cultura como medios idóneos para la superación personal de los jóvenes y para el desarrollo social, invita a prestar más atención a los documentos de la Organización Mundial de la Salud. “Debemos profundizar y enseriar aún más la lucha internacional por combatir la malnutrición”.

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