Aunque posee un fuerte componente genético, ¿podemos cambiar algo en nuestra vida cotidiana para prevenirlo o ralentizarlo?
La respuesta es sí. Está demostrado que ser físicamente activo ralentiza e incluso corrige la evolución de muchas alteraciones cerebrales ocurridas en la enfermedad y sus consecuencias cognitivas y comportamentales.
La enfermedad de Alzheimer afecta a 36 millones de personas en todo el mundo –se estima que cada siete segundos se diagnostica un nuevo caso–. Su prevalencia se duplica cada cinco años tras haber cumplido los 60.
La pérdida de memoria y las alteraciones cognitivas y comportamentales condicionan la dependencia y calidad de vida de los pacientes ocasionando, en última instancia, la muerte por causas indirectas.
El tratamiento farmacológico está encaminado a frenar la evolución de algunos de sus síntomas aunque, desafortunadamente, no reducen ni mucho menos revierten de forma sustancial las alteraciones cognitivas ocasionadas.
Por ello, en la actualidad se impulsan terapias alternativas como la psicoterapia, la terapia cognitiva y el ejercicio físico, que han demostrado su potencial atenuando su fisiopatología y, en consecuencia, reduciendo la sintomatología.
Hace más de 2.000 años el poeta latino Juvenal ya señalaba la relación entre la salud física y la salud mental a través de su máxima “Mens sana in corpore sano”.
Si bien no le faltaba razón, en la actualidad matizamos que hacer ejercicio físico de forma regular –150 minutos a la semana de ejercicio de intensidad moderada-intensa según la Organización Mundial de la Salud (OMS)– mejora la estructura y funcionamiento de nuestro cerebro a través de diversos mecanismos biológicos que cada vez vamos comprendiendo más.
Beneficios para el cerebro
Hace escasas décadas se pensaba que todo beneficio producido por el ejercicio físico a nivel cerebral estaba regulado por fenómenos psicológicos –efectos ansiolíticos y antidepresivos, euforia, placer– y sociológicos –las interacciones sociales y el enriquecimiento ambiental han demostrado beneficios sobre el cerebro–.
A día de hoy sabemos que el ejercicio físico modula orgánica y estructuralmente el tejido cerebral a través de diversos mecanismos biológicos como el incremento del número de células nerviosas (neurogénesis) en regiones críticas para esta enfermedad como el hipocampo, aumentando la densidad de sus conexiones (plasticidad sináptica), mejorando el flujo sanguíneo cerebral, el metabolismo, reduciendo el daño oxidativo, así como mejorando la degradación de productos de desecho tóxicos como la proteína β-amiloide o los residuos ocasionados por la muerte de las neuronas.
Las investigaciones que estudian las mejoras cerebrales producidas por el ejercicio han sido desarrolladas fundamentalmente en modelos animales y, en menor medida, aunque digno de mención dadas las evidentes dificultades éticas y técnicas, en humanos.
En estos estudios se ha demostrado que para que una acción muscular tenga consecuencias a nivel cerebral deben activarse diferentes señales que incluyen hormonas, neurotransmisores, defensas antioxidantes y factores neurotróficos, como el Factor Neurotrófico Derivado del Cerebro (BDNF, por sus siglas en inglés), que media en la supervivencia, reparación y proliferación de las neuronas y cuyo déficit se ha relacionado con un mayor riesgo de padecer una enfermedad neurodegenerativa.
El estilo de vida influye
Recientemente hemos publicado un estudio de meta-análisis en la revista Mayo Clinic Proceedings en el cual analizamos el riesgo de padecer Alzheimer en base a la actividad física realizada en los años previos en 23.345 personas de entre 70 y 80 años.
En el estudio demostramos que aquellas personas que habían sido físicamente activas, según las recomendaciones de la OMS, durante aproximadamente los 5 años previos, tuvieron una posibilidad de desarrollar alzhéimer un 40% menor en comparación con las personas sedentarias.
Hoy sabemos que muchas de las regiones cerebrales y funciones afectadas en la enfermedad de Alzheimer son susceptibles de mejorar estructural y funcionalmente gracias al ejercicio físico regular. Aunque el riesgo de padecer esta demencia posee un fuerte componente genético, el alzhéimer también puede ser modulado por factores modificables como el estilo de vida.
En la actualidad pocas intervenciones, por no decir ninguna, producen efectos tan pleiotrópicos (que afectan a múltiples características) y coadyuvantes (que contribuyen de forma complementaria a producir un efecto, por ejemplo, de un fármaco) sobre la evolución de la enfermedad de Alzheimer.
Helios Pareja y Alejandro Lucía son investigadores de la Universidad Europea. Su grupo de investigación se dedica a entender los mecanismos biológicos por los que el ejercicio ayuda a prevenir (e incluso a tratar) numerosas enfermedades.
Este artículo ha sido escrito en colaboración con el Departamento de Comunicación de la Universidad Europea.